Papi, ¿por qué me gritas?
(Diálogo, paciencia, comprensión)
- Porque en otra forma no entiendes, porque no haces caso y porque soy tu papá. Punto.
-¿En qué otra forma no entiendo?
- Por las buenas.
- Papi, tú acabas de entrar a mi cuarto, sin tocar la puerta. ¿Cuándo fue por las buenas?
- Muchas veces y ya me cansé.
- Pero empezaste por gritar y no me diste una oportunidad.
- Simplemente no quiero oír música por la mañana, ni tampoco cuando llego cansado por la tarde. ¿ Me oíste?
-¿Con ese volumen?, grita Camilo. Perfectamente, papi.
- Volumen el tuyo. Y, jovencito, así no se contesta.
- Pero papi, ¿por qué no dialogamos?
- Dialogamos, dialogamos, y más dialogamos. Con ese pretexto ustedes se lo permiten todo.
- Oye, papi, ¿a qué horas te levantas tú?
- A las seis.
- Yo también. ¿Y a qué horas vuelves?
- Depende y deja la preguntadera.
- Yo también, depende. Entonces tenemos el mismo horario. Lo cual quiere decir que yo voy a morir sin oír música.
- Recuerda que esta es mi casa.
-¿Y la mía no, papi?
- ¡Camiiilooo!
- Cállense por Dios - suplica la mamá- ¿Qué van a decir los vecinos?.
- No me importan los vecinos, Eugenia. Lo que pasa es que aquí no se respeta la autoridad.
- Me estoy acordando de algo en este momento, mi querido esposo. ¿De qué?
- De lo que me contaba una mujer muy humilde, que le decía su papá, un sencillo campesino, cuando gritaba: «Hija, baje la voz y suba el argumento».
El papá se muerde los labios y mira para otro lado.
-¿Qué tal, amor, si lees el periódico en la sala y Ricardo cierra la puerta y baja el volumen?
-¿No ves, papi? Ahí está mami subiendo el argumento.
- Falta saber qué consideras tú bajar el volumen.
- Tranquilo, que te lo voy a demostrar.
- En ese momento se oye un concierto de gritos afuera. La mamá sale corriendo.
- ¡Quieto Andrés! ¿Qué es eso?
- Y Andrés, que es inocente y está tranquilo parado, detrás de la mamá:
- Mami, te sobró grito…