Nota Bene
Para emborronar estas páginas, he consultado los valiosos trabajos sobre Monseñor Builes, realizados por la Hermana María Dolly Olano, misionera teresita, el doctor Jaime Sanín Echeverri y el Padre Oscar Osorio, misionero de Yarumal.
Agradezco su aporte. No todas las citas son explícitas, para no fatigar al amable lector.
Doy fe.
Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.
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Presentación
Era necesario
(Carta del entonces obispo de Santa Rosa de Osos)
Nadie duda de que la figura señera del Señor Obispo, Miguel Ángel Builes, fue durante su vida atrayente y seductora. La muerte, lejos de cubrir con el olvido y la incuria la memoria del Prelado, la ha dibujado en detalle para el recuerdo de cuantos lo miran cariñosamente. Sin embargo, es ardua labor que el hijo logre esbozar a cabalidad y sucintamente la imagen del padre; como es casi imposible que los que aman logren sintetizar, en rasgos precisos, la estampa riquísima del pontífice, del misionero, del fundador, del sacerdote ejemplar, del ciudadano prestigioso o del hombre valiente de acción excepcional. Pero era necesario y nada más lógico, útil y provechoso, que hacer llegar hasta los más indiferentes y lejanos, al mismo tiempo que refrescar en los propios, las líneas salientes y precisas de quien hizo tanto bien en el espacio de su meritoria vida y que, cuando se cumplen los cien años de su nacimiento, impone a todos el deber de evocar su trayectoria de servicio eficaz, a cuantos le trataron y de benéfica caridad para llevar al Cielo a sus hermanos. Esa obra, breve pero rica, sencilla pero profunda, benéfica pero difícil, ha logrado realizarla Calixto y ahora está en tus manos, porque era necesario y, si la sabes disfrutar, te causará deleite y también beneficio. Yo así te lo deseo.
+Joaquín García Ordóñez
Septiembre de 1988
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Agencia internacional Fides
9 de octubre, 1971 - Distr. 2369,- NS 585
Colombia: Muerte de monseñor Builes, fundador del Instituto Misionero de Yarumal
Roma (AIF) - El 29 de septiembre murió en Colombia S. E. Mons. Miguel Ángel Builes. Era entonces obispo de Santa Rosa de Osos desde 1924 y había fundado el 3 de julio de 1927, el Instituto de Misiones Extranjeras de Yarumal, primero de su género en América Latina.
Mons. Builes ha sido en la época que le ha tocado vivir una figura sobresaliente del clero y del episcopado colombiano y latinoamericano, como sacerdote y obispo de robusto espíritu apostólico y misionero, asceta generoso y exigente con sus obras e iniciativas (en las que ha sido a veces pionero) a la medida de sí mismo, siempre en la brecha como operario del reino de Dios y fiel a la Iglesia a costa de cualquier sacrificio. «Certa bonum certamen fidei» ha sido lema de su escudo y lo han llamado el Atanasio colombiano.
Fundador de institutos misioneros. Durante el Congreso Misional celebrado en Bogotá en 1924, uno de los organizadores dijo al entonces joven obispo que él debía ser un gran promotor de la empresa misionera en el mundo. Tres años más tarde, no obstante la necesidad de sacerdotes para el propio país, fundó el Seminario de Misiones Extranjeras, con clara visión universal de Iglesia. Entre los sacerdotes diocesanos que colaboraron con él en la puesta en marcha de esta empresa se encontraban el actual arzobispo de Bogotá, Mons. Aníbal Muñoz Duque y el ya fallecido Mons. Gallego. Los Misioneros Javerianos del Instituto por él fundado han recibido de Mons. Builes una preciosa herencia apostólica.
Gran devoto de San Francisco Javier y de Santa Teresita, fundó también en abril de 1929 las Misioneras de Santa Teresita y en 1951 las Catequistas Hijas de la Misericordia.
Pastor generoso. Como Obispo de Santa Rosa confirmó sus dotes de celoso pastor que había revelado ya durante sus diez años de ministerio sacerdotal entre los ribereños del río Cauca. Recorrió incansable y constantemente las poblaciones de la diócesis, especialmente las que llamaba misiones diocesanas, es decir, las parroquias del Cauca y del río Nechí, muy necesitadas de evangelización y promoción humana. Durante largos años gran parte de las parroquias de la diócesis fueron accesibles sólo por río o a caballo y se debe en buena parte a sus sacerdotes, la mejora de estas condiciones. Su visita pastoral no comportaba sólo el contacto con todas las obras parroquiales, sino que intervenía incansable con el anuncio de la Palabra y la administración de sacramentos. No descuidaba tampoco la visita a sus fundaciones, siempre con su estilo de apóstol y organizador.
Defendió con ardor la pureza de la doctrina y la fidelidad del pueblo colombiano a la fe, salvaguardando también enérgicamente los derechos de la Iglesia, a veces con actitudes que deben juzgarse a la luz de los tiempos que le tocaron vivir y de los conceptos propios de una época de cristiandad en un pueblo eminentemente religioso. Parte de sus Cartas Pastorales están coleccionadas en cuatro volúmenes.
Amó y promovió la vocación sacerdotal. Durante su gobierno, la diócesis de Santa Rosa ha sido una de las primeras en vocaciones sacerdotales y religiosas.
Fue en todas sus empresas hombre de extraordinaria fortaleza, que pudo parecer a veces excesiva y de fe inquebrantable, sobrehumana, en la Providencia de Dios. Se sentía capaz de intentar todo lo que consideraba voluntad de Dios, convencido de que Dios, al señalar el camino, daría también los medios. En edad avanzada y de espíritu conservador en algunos puntos, no por temor sino por fidelidad, supo abrir sin embargo la puerta a nuevos movimientos apostólicos y a veces tomó parte él mismo en iniciativas como Cursillos de Cristiandad y Ejercitaciones por un Mundo Mejor, para incorporar eventualmente tales iniciativas en la pastoral diocesana.
Figura eminente, con aspectos también discutibles que en nada merman sus dotes y méritos de grande apóstol de Cristo.
Nacido en Donmatías - Diócesis de Santa Rosa de Osos - el 9 de septiembre de 1888, había sido ordenado sacerdote el l9 de noviembre de 1914 y obispo el 27 de mayo de 1924.
(Fides, 9 de octubre de 1971)
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Algunas fechas de su vida
1888 | 9 de Septiembre: Nace en Donmatías (Antioquia), en la finca La Montaña, hijo legitimo de Agustín Builes Restrepo y Ana María Gómez Peña. Es bautizado el 12 de Septiembre en el templo parroquial, por el presbítero Victoriano Muñoz. |
1893 | 19 de Diciembre: Recibe el sacramento de la confirmación, de manos de monseñor Juan Nepomuceno Rueda, obispo de Santa Fe de Antioquia. |
1897 | 21 de Junio: Hace su Primera Comunión. |
1907 | 7 de Febrero: lngresa al Seminario Menor de San Pedro de los Milagros. |
1911 | 8 de Marzo: lngresa al Seminario Mayor de Santa Fe de Antioquia. 26 de Noviembre: Recibe la Primera Tonsura y las Ordenes Menores. |
1913 | 18 de Mayo: Recibe el Subdiaconado. El 10 de Agosto es ordenado diácono. |
1914 | 29 de Noviembre: Es ordenado presbítero, en Santa Fe de Antioquia con sus compañeros Lázaro María Hernández y Antonio J. Aguilar por Monseñor Maximiliano Crespo. Celebra su primera misa solemne, en su pueblo natal, el 8 de Diciembre siguiente. |
1915 | 13 de Abril: Viaja a Valdivia, nombrado vicario parroquial del Padre Uladislao Ortíz. |
1916 | 4 de Diciembre: Llega a Toledo como párroco. |
1917 | 29 de Enero: Viaja a Santa lsabel como Vicepárroco. 5 de Febrero: La Santa Sede crea la diócesis de Santa Rosa de Osos, desmembrándola de Santa Fe de Antioquia. Su primer obispo es Monseñor Maximiliano Crespo. |
1918 | 28 de Diciembre: Llega a Remedios como párroco. |
1921 | 25 de Septiembre: Es enviado por Monseñor Crespo a reponer su salud, durante un año, en la parroquia de Tierradentro -hoy Aragón- de donde regresa a Remedios. |
1923 | 29 de Noviembre: Recibe el primer anuncio de su nominación episcopal. 1924 1925 27 de Mayo: Es preconizado sucesor de Monseñor Crespo en la sede santarrosana, por traslado de éste a Popayán. 1926 3 de Agosto: Es ordenado obispo en Bogotá por el nuncio apostólico, Monseñor Roberto Vicentini, junto con Monseñor lgnacio López Umaña, obispo de Garzón y Monseñor Pedro María Rodríguez, obispo de lbagué. Por aquella fecha se celebraba en Bogotá el Primer Congreso de Misiones. 1927 22 de Octubre: Toma posesión de la diócesis de Santa Rosa de Osos. 1928 1927 29 de Junio: Firma el decreto de fundación del Seminario de Misiones que comenzaría tareas el 3 de Julio siguiente. 1928 1929 11 de Abril: Funda la Congregación de Hermanas Misioneras de Santa Teresita. |
1939 | 11 de Abril: Funda la Congregación de Hermanas Misioneras Contemplativas que luego se disolvió, pero en la actualidad ha surgido de nuevo. 1940 1951 11 de Octubre: Funda la Congregación de Hijas de Nuestra Señora de las Misericordias. |
1962 | 11 de Octubre: lnaugura la estructura exterior de la basílica de Nuestra Señora de las Misericordias en Santa Rosa de Osos (Colombia). Toma parte en las sesiones del Concilio Vaticano ll. En 1964 ya no puede asistir por sus quebrantos de salud. |
1967 | 15 de Febrero: Presenta al Papa Paulo Vl renuncia al gobierno de la diócesis. |
1967 | 22 de Abril: Es nombrado administrador apostólico de Santa Rosa de Osos Monseñor Felix María Torres. |
1969 | 8 de Septiembre: Monseñor Joaquín García Ordóñez, como obispo coadjutor, remplaza a Monseñor Torres. |
1971 | 29 de Septiembre: Muere piadosamente en Medellín en la fiesta de su Santo Patrón, rodeado de sus hijos e hijas misioneras. 1 de Octubre: Día de Santa Teresita del Niño Jesús, es sepultado en la catedral de Santa Rosa de Osos. |
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El Pueblo
Aquella población fundada en 1787, se llamó en un principio San Antonio del Infante. Años más tarde tomó el nombre de Donmatías, herencia de la quebrada que la riega de sur a norte, para derramar luego sus aguas en el cauce del Ríogrande. La quebrada rica otrora en oro de aluvión, se llamó así por Don Matías Jaramillo, uno de los primeros que explotaron minas en sus riberas.
Hoy se ha ido el oro aguas abajo, o en los bolsillos de quienes lograron capturarlo. La quebrada se aventura por cañadas estrechas, recibe del poblado basuras y albañales, pero sigue fertilizando los potreros, ricos en ganado vacuno.
Los donmatieños, hombres de tierra fría, han sido siempre gentes de bien, trabajadores y honrados, generosos y creyentes.
Nada ha perturbado la paz eglógica de la población, sino aquellas discordias entre los feligreses que ocurrieron en los años 60 y los enfrentamientos con el obispo del párroco de entonces, que causaron tanto revuelo.
Los Roldanes y los Yepes, los Giraldos, los Osornos y los Barreras procrearon en Donmatías familias numerosas, en las que, además de muchos hombres y mujeres de bien, abundaron las religiosas y los sacerdotes.
Alguno afirma que aquel pueblo era un convento con calles. Mientras otro añadía que era más bien una Iglesia sin pueblo. Esto, aludiendo a su hermoso templo, cuyas torres góticas se nos pintan de inmediato en la imaginación, cuando decimos Donmatías. Ya en 1874, Monseñor José Joaquín Isaza, de visita pastoral en aquella parroquia, consignaba en el acta: «La iglesia fue aumentada y mejorada por el presbítero Mariano Antonio Sánchez, pues la antigua era notablemente defectuosa por su pequeñez». Sin embargo, el templo actual fue construído más tarde, e inaugurado en 1953, siendo párroco el Padre Francisco Eladio Barrera.
Más hacia el norte, por el camino que conduce a Santa Rosa de Osos, hoy transformado en carretera pavimentada, ubicamos la vereda de Juntas: Un contorno que no ha reunido ni ayer ni hoy las cuarenta familias.
Allí los Builes, o mejor Don Cosme Gómez, abuelo materno del futuro obispo, poseía algunas tierras y una casa campesina. La finca se llamaba «La Montaña». Sin ser un emporio de riqueza, entregaba a los golpes de los labriegos, el pan de cada día para dueños y agregados.
La casa en escuadra, como la mayoría de nuestras viviendas rurales, se fue construyendo poco a poco, al paso que toleraban las finanzas de la familia Builes Gómez.
El paisaje donmatieño, con sus múltiples matices de verde, que recrean y descansan los ojos, se extiende desde la cabecera hacia los campos, sobre pequeñas colinas, divididas por suaves abras y tímidos arroyos.
Hoy, el pueblo se ha transformado por el ansia de nuevas construcciones, quizás más funcionales, pero enemigas de la belleza pueblerina.
Quedan por la plaza y por las calles algunos balcones, mirados con desdén por los arquitectos esnobistas. Son hitos de una historia, recuerdos del vigor de una raza y de unas costumbres, donde la fe y el cariño de familia madrugaban a levantar tapias, a tallar las cornisas del ventanal y a sembrar geranios que la brisa mece con cariño.
Las empresas lecheras y de confecciones dan trabajo a muchos donmatieños y envuelven el poblado en el ruido de lo que llamamos progreso.
Las gentes siguen madrugando a mirar el cielo, que se asoma detrás de las torres gemelas del templo y a suspirar por un futuro que confían sea más humano y promisorio.
«La parroquia de Donmatías está situada en el norte de Medellín, como a ocho leguas de distancia: Está limítrofe con las de Girardota y Barbosa por el oriente, Santa Rosa por el norte y occidente y San Pedro por el sur. Su clima es en general frío, con excepción de la parte baja de la hoya del Riogrande en que el temperamento es caliente. La mayor parte de sus habitantes están consagrados a la agricultura, aunque en su territorio se encuentran algunas empresas de minería. La población de Donmatías está situada a la margen izquierda de la quebrada del mismo nombre, que se lo comunicó a la parroquia y a la población, aunque en su origen ésta llevó el nombre de «San Antonio del Infante», como más adelante diré. El nombre de Donmatías le vino a la quebrada, por haber tenido mina en ella en el siglo pasado Don Matías Jaramillo». Acta de visita de Monseñor José Joaquín Isaza - 1874 |
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La familia
«En la Iglesia Parroquial de Donmatías, a doce de Septiembre de mil ochocientos ochenta y ocho, yo cura Párroco que suscribo bauticé solemnemente a un niño de tres días de nacido, a quien nombré Miguel Ángel, hijo legítimo de Agustín Builes y Ana María Gómez vecinos de esta parroquia. Abuelos paternos José María Builes y Juana María Restrepo; maternos, Cosme Gómez y María del Rosario Peña. Fueron sus padrinos José María Builes y Juana María Restrepo, a quienes advertí el parentesco y obligaciones que contrajeron. Doy fe. Victoriano Muñoz».
Al margen dice: «Ordenado sacerdote el 29 de noviembre de 1914. Consagrado Obispo el 3 de agosto de 1924». (Documentos parroquiales)
Ni de sacerdote, ni de obispo, Monseñor Builes quiso usar dos apellidos como lo hacen generalmente los prelados. Dio fe siempre de ser hijo de don Agustín, un hombre sencillo, entregado al trabajo, como quien confesaba que perder tiempo era pecado. Campesino de pura cepa y de pocas relaciones sociales por lo alto. Quizás lo apartaron de la algarabía su temperamento simple y su modestia, unida a la sabiduría de conocerse para no aparentar lo que no era.
Vivió con su hijo obispo en el mal llamado palacio de Santa Rosa, desempeñando sencillas faenas, emburujado en su ruana. Así lo encontró la muerte el 14 de enero de 1930.
Parece que el Gómez de doña Anita, nunca rubricado en la firma de Monseñor, le aportaba mucho de brío y de entusiasmo. Aquella anciana suave, de ojos vivarachos a quien muchos conocimos, era la encarnación de las virtudes paisas. Acompañó al prelado, hasta el 9 de junio de 1956, cuando falleció en Medellín, luego de una corta enfermedad.
Los hijos de Agustín y Anita fueron nueve: Ana Rita casada con Emilio Yepes, Miguel Ángel, Rosa Emilia (Hermana Bienvenida de Donmatías, religiosa capuchina) Marco Tulio, casado con Inés Pérez, Elisa, casada con Marco Antonio Palacio, Agripina, esposa de Celso Palacio, Alfonso, esposo de Blanca Toro. María Jesús, casada con Horacio Valencia y Teresita, todos ya fallecidos.
Sin ser un hogar extraordinario y prodigioso, el de los Builes Gómez se distinguió por su honradez, su piedad al estilo de la época y por la hospitalidad brindada a tantos clérigos, que vagaban perseguidos por los grupos políticos de entonces.
Cuentan las crónicas que aquella madrugada del domingo 9 de septiembre de 1888, cuando vio la luz Miguel Ángel, azotaba el paraje donde vivían los Builes una fuerte borrasca. «Pobres mis oídos, -anotará después el obispo en su diario o ricos más bien, que lo primero que oyeron fue el estampido del trueno y el rugido de la tempestad. Y tempestad ha sido mi vida…»
Tres días después, el niño fue bautizado en la iglesia parroquial de Donmatías, con el nombre de Miguel Ángel. Un nombre corriente en Antioquia.
Consta que doña Anita, desde antes de nacer su primer hijo varón, lo había consagrado a la Inmaculada y quizás también a San Miguel de quien era devota.
Después, ya de obispo, Monseñor le saca mucho partido a su patrono, con aquella anécdota de la espada de San Miguel, que cae desde el altar junto a su reclinatorio y el lema del escudo: «Pelea las buenas batallas de la fe».
La familia de Monseñor Builes fue siempre una familia campesina. Nunca fue gente venida a más. Cuentan los viejos santarrosanos que vieron muchas veces a don Agustín ordeñar la vaca, a la puerta del palacio episcopal y a doña Anita barrer la calle, desde la antigua casona de tapias, hasta la capilla de La Humildad.
Monseñor fue un campesino de tiempo completo. Con toda la gloria que ello implica. Con su limpia sencillez, su estilo directo, su buen humor a veces picante, su optimismo, su valentía recursiva. Con su fe tradicional y contagiosa, su gusto por el silencio y los panoramas verdes y transparentes, sus hábitos de orden y trabajo, sus relaciones humanas francas y duraderas, su forma de valorar el mundo y de construir el reino de Dios.
«Ante mis ojos revive el bello cuadro que se me ofrecía con el rezo del santo rosario. Bien recuerdo la bella imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, a cuyos pies nos postramos tantas veces. Me parece ver todavía a mi mamá, atenta sólo a su oración que pronunciaba con claridad. A veces me despertaba papá con su invariable «¡Rece hombre!» refiriéndose s Su Excelencia. Entre tanto mamá, atenta sólo a su oración repetía con fervor: «Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…». Otros recuerdos gratos y de imperecedera memoria, son aquellos de las misas en las diversas casas de la finca. Iba a celebrarse la primera en casa de nuestra abuelita. Desde temprano se veía llegar gente con sus vestidos domingueros». Hermana Bienvenida, citada por la Hermana María Dolly Olano |
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El seminario
Estudiar por aquellos finales del siglo XIX, era toda un proeza. Una aventura en la cual pocos se embarcaban.
A los demás les bastaba grabar en la memoria las sonoras verdades del Padre Astete, aprender a leer y a escribir y ejercitar las cuatro operaciones, para defenderse en la vida.
Estas cuatro operaciones, los rudimentos de matemáticas que después codificaría G. M. Bruño, eran el bagaje científico de arrieros y comerciantes. Suficiente teología la de Astete. Exigua retórica la de saber firmarse y descifrar los enmarañados periódicos de la época. Pequeña herencia de Pitágoras, la que servía para sumar terneros, restar guayabas de naranjas, multiplicar por los diez dedos de la mano las mazorcas de maíz y dividir entre hermanos los múltiples oficios de la finca.
Sin embargo, había muchachos -que siempre los ha habido- con el deseo de superación clavado en el alma. Miguel Ángel entre ellos.
De niño, ayuda en las faenas de traer leña y acarrear el agua en la Montaña y aprende con doña Anita las primeras letras y los primeros números.
En 1895 su familia se traslada al pueblo. Encontramos a Miguel Ángel matriculado en la escuela urbana. Su primer maestro, don Francisco Restrepo, hombre sabio y cristiano.
Por aquellos días entra de monagillo, con el párroco, Padre Leonidas Lopera, cuyo afecto paternal lo llevaría al sacerdocio y lo acompañaría después, siendo ya obispo.
A comienzos de siglo, el Padre Lopera había fundado en Donmatías el colegio San Rafael, bajo la dirección de don Francisco Duque.
Allí asiste el joven Miguel Ángel. Siendo un muchacho común, se distingue por su buen comportamiento y empieza a aficionarse por la música. Hace parte de la banda del pueblo, en la cual ejecuta varios instrumentos. Después conservará su afición por el tiple y el piano. Llegará a ser buen compositor de música religiosa, sin las técnicas de hoy, pero sí con gran gusto y originalidad.
Para ayudar al escaso presupuesto de su familia, los domingos vende frescos y dulces en la plaza.
El pensamiento de ser sacerdote sigue siendo utópico en su mente, por causa de los costos. Sucede, con frecuencia, que pocos candidatos al altar pueden pagar su pensión del seminario.
La intuición del párroco apoya las intenciones del joven Builes. Para esto habla con el obispo sobre dos muchachos de su parroquia, Miguel Ángel y Lázaro María Hernández, quienes demuestran óptimas dotes para el servicio presbiteral.
El mismo párroco se ofrece a pagar las becas de estos dos amigos, que subirían juntos al sacerdocio y después de la ordenación continuarán unidos mucho tiempo. El Padre Hernández será el primer vicario general del obispo Builes.
Desde tiempos de Monseñor López de Mesa, obispo de Antioquia, (aún no existía la diócesis de Santa Rosa) el Seminario Menor funcionaba en una vieja casa de San Pedro de los Milagros.
Allí llegan el 7 de Marzo de 1907 los dos jóvenes donmatieños.
Los Padres Eudistas, a cuyo cargo estaba el seminario, opinaron que ambos podían entrar a tercero de bachillerato, pues las bases de Latín y de Catecismo recibidas del Padre Leonidas, les validaban el primero y el segundo años.
En Antioquia viejo, hoy Santa Fe de Antioquia por acuerdo de la asamblea, cursó Monseñor Builes su Seminario Mayor.
Fueron los tiempos de su formación ascética. De su maduración apostólica. De su vocación misionera, por contagio de la «Historia de un Alma», la biografía de una joven carmelita que aún no era santa canonizada, ni Patrona Universal de las Misiones. Los tiempos de su opción fundamental, como ahora se dice. De su discipulado ante un hombre sabio, el Padre José Tressel, francés como Teresita del Niño Jesús y santo también de virtudes extraordinarias.
El 29 de Noviembre de 1914 el obispo de Antioquia, su padre, su amigo y mentor, Monseñor Maximiliano Crespo le ungió las manos y le constituyó sacerdote para siempre. Unos meses atrás había estado gravemente enfermo en Yarumal hasta temerse por su vida. No existían entonces antibióticos y el tifo era una enfermedad casi siempre mortal.
«Como lo veían más manso y silencioso que los otros y era además muy velludo, sus compañeros de escuela no tardaron en ponerle un sobrenombre y para ello no encontraron otro más apropiado que «El Ovejo». Se cuenta que su profesor Don Francisco Restrepo viendo más hondo que sus alumnos, dijo un día a éstos que sería mejor que se cuidaran de los balidos de ese Ovejo. Paralelo con Santo Tomás de Aquino apodado: «El Buey Mudo», de quien dijo su profesor: «Los mugidos de este buey se oirán por todos los confines del mundo». «Un día «El Ovejo» salió de su habitual mansedumbre. Andando por una de las calles de Donmatías, lo seguía su compañero Enrique Barrera, golpeando con la palma de la mano en la boca y produciendo un rugidito semejante al balido de las ovejas. Miguel Ángel soportó un rato en silencio, pero luego, no pudiendo más, se volvió hacia él y le propinó tan fuerte bofetada que hizo callar y huir al infortunado muchacho, a quien no quedaron ganas de repetir el peligroso remedo…». Hermana María Dolly Olano |
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La parroquia
Una pequeña lápida, en el desordenado cementerio de Yarumal, conserva el nombre del presbítero Uladislao Ortíz. Allí vinieron a parar sus huesos, después de mucho peregrinar entre persecuciones y viajes pastorales.
A comienzos de 1915 el Padre Ortíz es párroco de Valdivia. Su curato comprende todo el territorio bañado por el Cauca, desde Puerto Valdivia hasta la desembocadura del Nechí.
Pero antes, el Padre Ortíz se había encontrado con la muerte en las afueras de Yarumal.
Corrían los tiempos de la persecución religiosa hacia 1879. La familia de don Daniel Gil le brindaba al levita cristiana hospitalidad, en su casa campestre de «Contento», abajo de la población. Una mañana llaman de repente a la puerta. Abre el Padre Ortíz y un esbirro del general Rengifo le descarga un machete en la cabeza.
El sacerdote riega con su sangre aquel portal, donde años más tarde Monseñor Builes fundará su Seminario de Misiones.
Recuperado en unos meses, le queda al sacerdote de por vida una cicatriz en la frente. Se cuenta que algunos días contaba a sus feligreses desde el púlpito aquella historia sangrienta.
Este fue el primer párroco del Padre Builes. El obispo Crespo conocía bien al Padre Builes. Aunque en su primera misa solemne en Donmatías apareció el misacantano pálido y enflaquecido por efectos del tifo, el obispo no dudó en confiarle una tarea típicamente misionera: La parroquia de Valdivia. Con gentes desperdigadas por montes y caños, sin escuelas, sin vías de comunicación, bajo una temperatura arriba de los 30ºC., feudo de los mosquitos y el paludismo.
El viejo párroco Uladislao, intuyó las capacidades y el celo del desmedrado coadjutor. Se dedicó a enseñarlo, a ayudarlo, a dejarse ayudar por él y sobre todo a quererlo mucho.
«Oh, Miguelito, le decía con frecuencia, Dios te tiene para grandes cosas». Y añadía con cariño de abuelo: «Aquí no manda Uladislao Ortíz, aquí mandas tú, Miguelito».
Durante su estadía en Valdivia, lo acompañaron unos meses los padres Ignacio Egaña y Antonio Arias. Dos jesuitas españoles enviados por Monseñor Crespo, para realizar por esas partes lo que entonces se llamaba y se llama una misión diocesana.
El Padre Builes los acompañó en sus correrías a lomo de mula, en canoa por el río, a pie otras veces. Allí confirmaba su vocación misionera y germinaban sus deseos de evangelizar a los millares de hombres que no conocen a Cristo.
Su trabajo en Valdivia dura dos años cortos, hasta el 16 de noviembre de 1916. En esta fecha viaja a Santa Rosa, para trasladarse a Toledo, en reemplazo del Padre Manuelito Yepes.
Pero en enero del año siguiente, después de los ejercicios espirituales, su obispo lo designará vice-párroco de Santa Isabel y El Tigre. Dos puebluchos distantes tres leguas entre sí, tierra de minas, donde abundan todos los vicios y todos los problemas.
El viaje se hacía en mula por Yolombó. El tres de febrero llega a Santa Isabel el padre Builes. Es el primer sacerdote que empieza a residir allí. No hay casa cural y hay que improvisarla para empezar a trabajar. Permanece en esta labor pastoral veintidós meses. Construye capilla y casa cural de dos pisos. Reúne a sus feligreses en grupos apostólicos y orienta las costumbres del pueblo. Allí comienzan sus roces con gamonales y políticos, que ven amenazados sus intereses por el prestigio del celoso párroco. En los últimos días de 1918, el Padre Builes recibe de su obispo el nombramiento de párroco de Remedios.
Esta, una población de las más antiguas de Antioquia, fundada en 1560 por el capitán Francisco de Ospina.
Tierra caliente y fértil, muy famosa en todo sentido por los días de la Colonia. A principios de este siglo ya es centro de explotación del oro, cruce de caminos hacia el noreste antioqueño, región de costumbres libres, donde escasea la práctica cristiana.
Allí arriba con todo su entusiasmo apostólico el nuevo párroco. Se desempeña hasta comienzos de 1924 cuando entrega el curato al Padre Abigaíl Restrepo.
Sus tiempos de Remedios son los de su madurez pastoral. Apenas tiene treinta y tantos años, pero ya está curtido por el clima. por las batallas de la fe y lleno de experiencia en todas las áreas de la vida. Desde sus intensos trabajos en favor de sus feligreses continúa soñando, como en el Bajo Cauca, con los institutos misioneros que fundará más tarde.
Allí organiza, aconseja, corrige, orienta en el confesionario, enseña en el púlpito y en las escuelas. De allí data su vocación de escritor, cuando adquiere una rudimentaria imprenta donde se imprime La Espada, su primer periódico. Templado su espíritu por las dificultades y persecuciones, se prepara adecuadamente para futuras empresas y graves responsabilidades.
«Poco después de su ordenación, recibió su primera obediencia: Vicario cooperador de la parroquia de Valdivia y misionero de las regiones bañadas por el Bajo Cauca antioqueño, desde Puerto Valdivia hasta su confluencia en el río Nechí, abarcando ambas riberas del río. El señor Obispo le encargó visitar con frecuencia todos los pueblos que estaban bajo la administración de su venerable párroco. Eran éstos: Valdivia, El Cedro, Puerto Valdivia, Raudal, Candebá, Purí, Cáceres, Guarumo, Cañafístula (hoy Caucacia), Rioviejo, Chontaduro, Margento, Colorado, Nechí, Las Flores y Santa Lucía, situados todos éstos, excepto los dos primeros en las márgenes del Cauca; además; Cacerí y Cruces de Cáceres, clavados en la selva virgen». …»¡Cuántas miserias veían mis ojos en aquella primera y fervorosa excursión, cuántas miserias!… Cuando, bogando río abajo, me detenía en cada caserío y contemplaba aquellos pobres cuasisalvajes, tan numerosos, quienes extendiendo sus manos suplicantes me pedían pan para sus almas, me venían con obsesión aquellas palabras de Jesús: «La mies es mucha y los operarios pocos». Hermana María Dolly Olano |
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El obispo
«Nos Miguel Ángel Builes por la gracia de Dios y del General Ospina»…, Comentaban irónicamente quienes no entendían la nominación del joven párroco de Remedios, como obispo de Santa Rosa.
El ancestro familiar del obispo Crespo, hermano de un sonado político de entonces y su imagen nacional parecía exigir otro sucesor de más experiencia y etiqueta. Sin embargo, fue el mismo Monseñor Crespo, quien antes de su traslado a Popayán como arzobispo, escogió su sucesor. No fue Pedro Nel Ospina, simpatizante sí del padre Builes, a quien había visitado por esos vericuetos de Remedios, siendo gobernador de Antioquia.
El párroco de Remedios recibe el 29 de noviembre de 1923, la primera noticia de su elección episcopal.
El jueves de Pascua, 24 de Abril de 1924, entrega su parroquia y es consagrado obispo en Bogotá el 3 de agosto de ese mismo año, por Monseñor Roberto Vicentini, representante del Papa en Colombia.
Fueron sus compañeros de ordenación episcopal Monseñor José Ignacio López Umaña, obispo de Garzón y más tarde arzobispo de Cartagena y Monseñor Pedro María Rodríguez, obispo de Ibagué.
Se celebraba entonces en Bogotá la cuarta asamblea episcopal. Se congregaron allí todos los prelados de Colombia para acompañar a los nuevos obispos, juntamente con altas personalidades del gobierno. Monseñor Builes viajó desde Santa Rosa de Osos hacia Puerto Berrío. Luego por Honda hasta la capital, en compañía del padre Jesús María Urrea, su cooperador en Remedios, quien años después sería vicario general de la diócesis.
De su familia nadie estuvo con él. Lo explica la pobreza de los Builes y aún cierta timidez congénita de don Agustín. Doña Anita no quiso viajar sin su esposo. En Bogotá, el nuevo obispo encontraría a su otro padre de siempre: El sacerdote Leonidas Lopera, quien prestaba sus servicios en la capital de la república.
Al regreso sí fueron Agustín y Anita hasta Puerto Berrío, a encontrar al nuevo mitrado.
El 22 de octubre tuvo lugar realiza su entrada solemne en Santa Rosa, al filo del medio día.
Así comienza su ministerio episcopal que se prolonga hasta el 22 de Abril de 1967, fecha en que Paulo VI, en carta muy laudatoria, le acepta su renuncia a la diócesis. Sin embargo, el pontífice le conserva hasta la muerte el título de obispo de Santa Rosa de Osos.
El misionero del Bajo Cauca, el párroco andariego de Santa Isabel y de Remedios, acomodó su vida y su persona en una vieja casa esquinera, casi siempre pintada de verde, sobre la calle real de Santa Rosa. La misma que, por ironía o por compasión, se llamó toda la vida El Palacio. Allí pasó treinta y cuatro años, en domicilio interrumpido apenas por sus visitas pastorales y sus viajes a Roma.
Sólo más tarde la diócesis edificó la actual casa episcopal, a la cual se trasladó el prelado, no sin algún asomo de nostalgia.
Desde las 4:30 de la mañana, llueva o truene, en medio del frío y la neblina, ya estaba en pie el obispo, para arrodillarse largo rato a sus plegarias matinales.
A las 6 celebraba la misa, con sus familiares y la asistencia de algunas religiosas.
A las 8, el desayuno y enseguida atención a los asuntos de la curia.
Casi toda su correspondencia la despachaba personalmente, muchas veces a mano, con su hermosa letra inglesa, o ayudado de una elemental Remington. Al final, aquella firma inconfundible:
Almorzaba a las 12 y enseguida alguna caminada con su canciller o el vicario, al templete de Nuestra Señora, o de visita a sus religiosas.
Le bastaban diez minutos de siesta para continuar su trabajo en la tarde, después de la visita al Santísimo Sacramento.
Más adelante el Viacrucis y luego de la comida, el Rosario. A las diez se encerraba en su cuarto a orar, hasta muy entrada la noche.
Fue un obispo extremadamente ordenado y puntual en sus compromisos. Nunca se le vio llegar tarde a ninguna función, como tampoco aparecer apresurado. Para todos y para todo tenía tiempo.
Con motivo de las visitas pastorales, estaba en contacto con toda clase de gentes y se enteraba minuciosamente de los aspectos parroquiales. Mucha actividad entre rosario y rosario, la gran devoción de su vida y entre apuntes de humor que le brotaban de los labios cada rato.
Lucía siempre una presentación impecable, sin exagerar los modales ni las exigencias. Proyectaba la imagen de un hombre que traducía la presencia del Señor para los hombres.
«Monseñor Builes tuvo siempre un trato amable y cortés para con todos. En su presencia se llegaba casi a olvidar la altísima dignidad de que estaba investido, por la modestia y sencillez de su porte que inspiraba confianza de inmediato, por la amenidad de su conversación, por su caritativa comprensión de la situación de quien a él se confiaba. En una palabra, acogió siempre a todos como verdadero Padre y Pastor. En su despacho recibía amablemente a quien lo necesitara: Rico o pobre, niño, joven o anciano; para todos tenía una cordial acogida y una palabra de aliento. Ya era una viejecita que padecía hambre o frío, un estudiante necesitado de uniforme o libros, un enfermo que no tenía con qué comprar una fórmula, un alma afligida que buscaba consuelo, o un caballero en busca de consejo; todos eran bien atendidos y encontraban en él la ayuda material, moral o espiritual que solicitaban…». Hermana María Dolly Olano |
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La diócesis
Por bula de S.S. Benedicto XV fechada en Roma el 5 de Febrero de 1917, se creaba la diócesis de Santa Rosa de Osos, desmembrándola del territorio de Santa Fe de Antioquia.
Fue su primer obispo, el de la diócesis madre, Monseñor Crespo, quien no estaba muy contento a orillas del Tonusco. Miguel Ángel Builes recibe aquella dilatada parcela de la Iglesia, apenas con siete años de vida independiente, para hacerla a su imagen y semejanza.
Esta diócesis, antes de sufrir ciertos recortes, con sus 26.610 kilómetros cuadrados, se colocaba entre las más extensas del mundo.
Cuando Monseñor Builes se posesiona, existen muy pocos kilómetros de carretera en su parcela. Sólo caminos de herradura, trochas en las montañas y algunos ríos navegables.
Afortunadamente les llegaba a estos fieles un obispo, buen jinete, práctico para viajes en canoa, acostumbrado a las temperaturas y a las plagas de tierras ardientes.
Una de las mayores preocupaciones del prelado fue construir sede propia para el Seminario Mayor, que desde 1915 funcionaba en una vieja casa de ejercicios, allí en Santa Rosa. Sus esfuerzos se vieron recompensados con una abundante cosecha de sacerdotes, aún en los tiempos de crisis vocacional.
El nuevo obispo fue ante todo un pastor. Su apostolado, ancho y dilatado como la extensión de su diócesis, es imposible condensarlo en pocas líneas.
Pastor que conoce a su gente, que se arriesga por todas las veredas y caminos. Que predica a todas horas, lo mismo ante multitudes que ante un reducido auditorio. Que confiesa hasta la madrugada, como cualquier párroco de pueblo. Que conversa con campesinos y mineros, de sus cosas, de sus problemas. Que presenta proyectos y soluciones para levantar una escuela, abrir un camino, tender un puente, mejorar la salud, evitar los vicios y lograr trabajo digno para todos.
No se complica en muchas teorías, sino que va a lo concreto. Para cuidar la validez de sus actos jurídicos están sus asesores de la curia. A él le interesa el Evangelio, dentro del marco del catecismo, que en sus años no se llamaba catequesis.
Cuando todavía se usaba predicar en tono altisonante y florido, él conversa en pláticas sencillas que comenzaban siempre: « Mis queridos hijos». Recordamos su voz timbrada y armoniosa, que sólo resonaba en el templo si había que atacar las fuerzas del mal o amonestar a los liberales.
Fuera de estos trabajos directos de la pastoral, otra vertiente valiosísima de su vida fue la labor de su pluma. Infinitas cartas personales y oficiales. Cincuenta y ocho cartas pastorales. Variados opúsculos sobre temas ascéticos y religiosos. Sin contar las oraciones que compuso, las cuales presentan gran contenido piadoso.
En esta literatura, sin muchas teologías académicas, traduce para los fieles el mensaje de Cristo y las enseñanzas de Roma, frente a los acontecimientos que vive Colombia.
Desde su escritorio, ya no sólo es el obispo de Santa Rosa. Comienza a ser, como lo explicará más tarde el Concilio Vaticano II a cada obispo católico, el pastor responsable de todo el mundo.
De ahí que sus pastorales llegaran a cada parroquia de Colombia con una posdata muy prudente: «Para uso privado». Prudencia que se quebraba casi siempre, pues muchos sacerdotes, simpatizantes del prelado, acostumbraban leerlas desde el púlpito.
Obviamente estos servicios interdiocesanos no eran muy del gusto de otros pastores. Mucho menos en tiempos de elecciones, cuando desde Santa Rosa se orientaba sobre candidaturas y otros temas candentes.
Otra faceta muy notable de su pastoral fue la devoción a la Virgen María, especialmente bajo el título de Nuestra Señora de las Misericordias.
A ella le dedicó su mejor ternura, su continua piedad, innumerables pláticas y sermones, varias cartas pastorales y el inseparable recuerdo de todos los momentos. Formó a sus feligreses en este acendrado amor mariano, congregándolos alrededor de aquella imagen milagrosa que levantara el padre Gabriel Velásquez, en la capital diocesana a la salida hasta Entrerríos, en 1919. Más tarde, en 1934, el padre Andrés Elías Mejía, párroco en ese entonces de Santa Rosa, erigió el templete que cubre aquella imagen de Nuestra Señora de las Misericordias.
En 1950 inició Monseñor la construcción de la Basílica, en las cercanías del templete, para cumplir un voto hecho a la Virgen María.
Bajo su moderno ábside se venera una Madre de Dios, grácil y quinceañera, tallada en mármol blanco casi transparente.
La Basílica, con sus agujas que taladran el cielo azul de la meseta, es todo un símbolo. Símbolo de la fe del prelado, de su amor a María, de su confianza en la Providencia. No alcanzó a verla terminada. Pero en ella leemos el empuje de un hombre plenamente cristiano y su enorme cariño por la Reina del Cielo.
Pudo apenas inaugurar la obra negra completa el 8 de Septiembre de 1962. La consagración tuvo lugar el 5 de Septiembre de 1971, veinticuatro días antes de su muerte.
Durante su episcopado, la diócesis de Santa Rosa de Osos obsequió a la iglesia 414 sacerdotes nacidos en su territorio y alrededor de 2.000 religiosas. Él mismo ordenó 182 sacerdotes para su jurisdicción y 165 para el Instituto de Misiones de Yarumal. Al tomar posesión encontró en la diócesis 43 parroquias. Durante su ministerio episcopal creó otras veinte y siete vicarías parroquiales. |
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La política
No es tarea fácil juzgar las actuaciones del obispo santarrosano, en su liderazgo nacional sobre temas relacionados con la política colombiana.
Eran otras épocas, es verdad. Además la teología no había recorrido otros caminos y el concepto de Iglesia era muy distinto al de los años posteriores al Vaticano II.
Afirmar que Monseñor Builes fue un politiquero fanático es un error enorme. Defender todas sus actitudes como trasladables a los años presentes e imitables al pie de la letra, también es incorrecto.
No en vano los días y las noches empujan la historia. Y la Iglesia, al igual que sus hombres, es viajera en el tiempo.
Lo que sí es claro para todo investigador honesto es lo siguiente: Cuando Monseñor Builes aborda temas políticos, enjuiciando a personas y acontecimientos, lo hace siempre desde un sólo ángulo: La defensa de la fe y de los intereses cristianos. Así nos explicamos cómo el prelado, que esgrimía su espada y su pluma contra los errores y las conductas de muchos, tendía su mano amablemente. Esto pueden probarlo innumerables anécdotas.
Con cierto simplismo se escribe y se dice sobre Monseñor Builes: En materia política favoreció a unos y atacó despiadadamente a otros.
Esta faceta de su vida, ella sola, merecería varios volúmenes. Habría que remontarnos a la situación política y religiosa de Colombia desde nuestra independencia. De España heredamos además muchos integrismos, que se reflejaron luego en los enfrentamientos de gobernantes y de clérigos.
Las ideas políticas criollas dejaban entrever las carencias de una república adolescente y de una Iglesia también sin adultez.
Al repasar la vida de san Beato Ezequiel Moreno, quien fuera vicario apostólico del Casanare y luego obispo de Pasto, encontramos el claro ejemplo de un hombre recto, pero metido en esa maraña de tejemanejes religiosos y políticos, frente a los dos partidos colombianos.
Monseñor Builes parece seguirle los pasos a este santo. Imita, no sabemos si conscientemente, la tozudez del español y. su sentido de Iglesia que rebasa los límites diocesanos, aún creando fricciones con otros mitrados. También remeda sus largas correrías, su devoción infinita a la cátedra romana y sus pastorales doctrinales, muchas de ellas de tono fuerte y visión pesimista.
Hoy, cuando los colores partidistas en Colombia se han vestido de matices oscuros e indefinibles, no es lícito interpretar, de una manera simplista, los ajetreos políticos de este prelado.
Habría que beber mucha historia. Sería necesario conocer a fondo los personajes que la representaron y penetrar el corazón del obispo Builes, para leer sus intenciones.
En este capítulo caben sus batallas con ciertos periodistas de Bogotá. Un primer golpe de arcabuz se escucha cuando aparece aquella famosa editorial del cura de Remedios, en el primer número de La Espada: «La defensa de los derechos de Dios, acometidos furiosamente por los secuaces de Luzbel, nos llama a todos a las armas… la defensa de la verdad, conculcada por la mala prensa y los derechos de Dios y de la Religión, amenazados de muerte, nos llaman a la lid». Al poco tiempo, cuando Builes es preconizado obispo, algún periódico de Bogotá hace resonar sus cañones en un artículo mordaz: ‘Quizás en Roma creyeron que en Santa Rosa de Osos existían verdaderamente muchos de esos fieros animales y resolvieron escoger un pastor, como el cura de Remedios, capaz de convertir, en cualquier momento, el cayado en escopeta».
Con otros periodistas capitalinos tampoco hubo tregua. Enfrentaban al obispo en y eran respondidos con duras epístolas.
Se cuenta que a Calibán, del periódico de los Santos, un día Monseñor Builes le escribe: «Lo cito ante el tribunal de Dios, para que responda de las acusaciones que me hace». Caso curioso y excepcional: Monseñor Builes fallece el 29 de Septiembre de 1971, a las doce del día. La víspera, a eso de las seis de la tarde, Calibán había entregado su alma a Dios.
Cuando el conservatismo se divide para las elecciones presidenciales del año 30, Monseñor Builes patrocina, desde Santa Rosa, al candidato Guillermo Valencia. El arzobispo primado se coloca a favor de Vásquez Cobo. Esta división de los prelados desconcertó a muchos. Ocurrió entonces la caída del partido conservador, para dar la victoria al liberal Enrique Olaya Herrera.
Los proyectos de reforma del concordato, ventilados por el gobierno de López Pumarejo en 1942, también hacen salir a la palestra al obispo santarrosano.
Cuando la dictadura de Rojas, con motivo del plebiscito de 1957, juega Monseñor Builes un papel muy sonado en los acontecimientos nacionales.
«Pero qué tristeza se ha apoderado de nuestra alma, al regresar a nuestra patria y tocar con nuestras plantas el suelo querido de Colombia. Nubes negras, muy negras, se ciernen en su cielo antes diáfano y sereno. La escasez, la pobreza, la miseria, el malestar en las multitudes por la estrechez económica y para colmo de males, la división cada vez más honda entre los que habían sido hasta hoy los guardianes del orden y los defensores de la libertad bien entendida. Y la alegría del regreso se ha turbado con la vista del presente en nuestra patria y la siniestra visión del porvenir. Días muy amargos nos esperan si Dios no vuelve su mirada misericordiosa hacia nosotros. No sabemos si por haber contemplado de un solo golpe, al regresar, lo que todos habéis visto desarrollarse lentamente, hemos sentido tanto pavor y se han apoderado de nuestra alma episcopal tan terribles presentimientos de desgracias infinitas». Monseñor Builes, pastoral del 15 de noviembre de 1929 |
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Las fundaciones
Se afirma de algunos jóvenes que tienen un alma que no les cabe en el cuerpo. Con mayor propiedad, podemos asegurar que este obispo nacido bajo un panorama ilimitado, andariego por vocación y por misión, poseía un alma inmensa. Un alma que desbordaba los límites de su vigorosa anatomía. Contaba él mismo su angustia infinita ante tantos pueblos sin sacerdote, ante tantas gentes sin instrucción y sin catequesis.
«Mi espíritu -nos dice en sus escritos- se levantaba hasta Dios sobre los copos de las selvas milenarias y exclamaba: Envía, Señor, operarios a tu mies. Si esto es Antioquia, pensaba, qué será en otras regiones de Colombia y luego se iba mi espíritu hasta las más remotas islas y hasta las naciones paganas».
Apenas consagrado obispo en Bogotá, empieza a bullirle en la mente la idea de crear una fábrica de misioneros.
Por agosto de 1924, fecha de su consagración episcopal, se celebraba en Bogotá el primer Congreso Nacional de Misiones. La idea de fundar un seminario para formar misioneros iluminaba la mente de los prelados. Sin embargo, ante la magnitud de la empresa, se decían: ¿Dónde? ¿Quién de nosotros puede iniciar la obra?. El Padre Mathurin Jehanno, sacerdote eudista, amigo de Monseñor Builes por los claustros de Santa Fe de Antioquia, se le acercó al finalizar el congreso y le dijo con palabra profética: «A usted, Monseñor, le toca. Antioquia es tierra de vocaciones. Usted está joven y es muy misionero».
El prelado maduró el proyecto durante tres años, en consulta con los mejores sacerdotes de su diócesis y a la luz de continua oración.
El 29 de junio de 1927, día de San Pedro y San Pablo, firma el decreto 80, por el cual empieza a existir el Seminario de Misiones Extrajeras de Yarumal.
Los Padres Abigaíl Restrepo, Alfonso Restrepo y Pedro Luis Osorio y cinco adolescentes que acudieron a la cita, dieron comienzo a la obra, el próximo 3 de julio, en la casa de «Contento», fonda de arrieros, a la entrada de Yarumal.
En los años siguientes, la diócesis madre regalará al Seminario naciente el trabajo de sus mejores levitas. En medio de una inmenso pobreza y, a pesar de muchas crisis, la fábrica de misioneros ha seguido adelante. Hoy, los Misioneros de Yarumal realizan el sueño del fundador en Colombia, Ecuador, Perú, Brasil, Bolivia, Panamá, Estados Unidos, Angola, Camerún, Costa de Marfil, Etiopía, Kenya, Malí, Camboya y Filipinas.
El obispo misionero, en medio de muchas dificultades seguiría adelante.
En el Congreso de Misiones realizado en Bogotá, Builes se había encontrado con la Madre Laura Montoya, quien desde 1914 diera vida a una congregación misionera, para la evangelización de los indígenas.
Se conocieron. Comprendieron los caminos que el Señor les señalaba y empezaron una profunda amistad, en la cual compartieron sus altos destinos.
Sin embargo, más adelante las cosas tomaron otro rumbo que les llevó a una ruptura y a múltiples incidentes que distanciaron sus vidas y sus obras.
Entonces, el obispo comprendió que era necesario dar a la luz otra congregación femenina, que acogiera a tantas jóvenes, deseosas de proyectarse a las misiones.
El 11 de abril de 1929, nace en Santa Rosa de Osos la congregación de Hermanas Misioneras de Santa Teresita del Niño Jesús. Se cumplía el sueño alimentado desde sus tiempos de seminario: Plasmar su amor por la joven carmelita, a la cual la Iglesia ya había colocado en los altares, en una familia misionera.
Diez años después nace, también en Santa Rosa, la congregación de Misioneras Contemplativas de Santa Teresita. Al principio sólo fue una rama de la anterior comunidad femenina.
Poco después se organizó como familia religiosa autónoma. Desafortunadamente, por variadas causas y razones, las Misioneras Contemplativas fueron disueltas en 1968. Pero con el correr del tiempo, esta congregación renació con nuevos bríos y ahora empieza a multiplicarse.
Pero el celo del gran obispo necesitaba todavía otra fundación. Es así como el 11 de octubre de 1951 nacen las Hijas de Nuestra Señora de las Misericordias. Su objetivo: La catequesis entre gentes pobres y campesinas.
Estas congregaciones femeninas de Monseñor Builes han crecido considerablemente y reparten hoy el Evangelio en Colombia y en muchos países del mundo.
Repasando la historia de estas comunidades, hijas del obispo misionero, comprendemos perfectamente la personalidad del fundador, hombre de fe y hombre de Iglesia. Quizás, si hubiera pasado por facultades eclesiásticas de Europa, no se hubiera atrevido a tanto.
Monseñor Builes no entendía de estudios de factibilidad. Aunque siempre delicado y fiel a las leyes de la Iglesia, confiaba en la Providencia y echaba para adelante, como buen antioqueño.
Por sus manos pasaron muchísimos millones de pesos, colectados puerta a puerta, o fruto de sus innumerables cartas. Pero él nunca se contaminó con el dinero. Vivió pobre y murió más pobre aún, en una casa ajena, donde lo sostenían la diócesis y sus hijos.
En su vida comprobamos que sí es eficaz aquella fe, de la cual nos habla San Mateo, la que traslada montañas, cambia los árboles de sitio y hace súrgir de la nada obras espirituales y materiales.
«Escribió refiriéndose a sus correrías apostólicas en sus antiguas parroquias: «Cuando sentado en mi canoa de misionero meditaba en los innumerables salvajes de esas riberas, pensaba en aquello de que la mies es mucha y los operarios pocos. Y de veras, ¿Qué iba a hacer un pobre joven palúdico y sin fuerzas físicas, aunque con gran voluntad, en tanto territorio?. En estas misiones se me iba abriendo un deseo como de una fábrica de misioneros santos y sacrificados, no sólo para esas comarcas tan necesitadas, sino también para el resto de mi Patria, tan urgida y más aún, como esta mi amada parroquia. Veía las extensiones inmensas del Sinú, del Magdalena, del Cauca, del Atrato y se me iban los ojos hasta las prefecturas Apostólicas y me acordaba del Meta, el Vaupés, el Caquetá, el Putumayo, el Chocó, la Goajira y seguía extendiendo la mirada y me perdía en la gran extensión del mundo sin Dios». Hermana María Dolly Olano |
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Las misiones
Se hizo tradicional en Colombia y fuera del país, designar a Monseñor Builes como «el obispo misionero».
Pero esto se apoya no solamente en los Institutos Misioneros, nacidos de su corazón. Es apenas la explicación de su vida. Desde la escuela de Donmatías, pasando por sus días de seminario, por sus trabajos parroquiales, por su larga trayectoria como obispo de Santa Rosa de Osos.
Cuando leemos los documentos del Concilio Vaticano II, sobre todo la Constitución sobre la Iglesia y el Decreto sobre Misiones, nos admira una cosa: La doctrina allí contenida fue la praxis normal de este obispo, que entendía lo de ser pastor de todo el mundo.
Porque Monseñor Builes no se sintió obispo solamente de su grey, por dilatada y amplia que fuera su diócesis. Se sintió obispo de toda la tierra, con la solicitud de todas las iglesias pesándole en la mente y sobre el corazón. De allí sus escritos para toda Colombia que a muchos -y con cierta razón- incomodaron.
De allí su liderazgo nivel nacional y aún internacional en ciertos campos. De allí sus correrías por muchas regiones de Colombia y del Ecuador, con un solo motivo: El anuncio del Evangelio. De allí su capacidad de proyectar la diócesis «más allá de sus fronteras». Un término de cuño reciente, pero que encierra plenamente lo que entendió Monseñor Builes de su tarea pastoral y la de su clero. Fundó un Seminario de Misiones, porque en 1927 ni la teología ni el derecho canónico le permitían enviar sus sacerdotes a otras regiones del mundo.
Pero en muchísimas páginas de su amplia correspondencia, aparece una continua preocupación por las diócesis «escasas de clero,» por los vicariatos y prefecturas donde tantas gentes aguardan «las migajas del catecismo».
Hoy día, quizás no hubiera necesitado fundar un seminario aparte, sino que hubiera enviado sus sacerdotes diocesanos -como insiste Roma- a colaborar en otras iglesias hermanas, urgidas de agentes pastorales.
Monseñor Builes rompió en muchos aspectos el esquema episcopal de su época. Fue un obispo distinto. Por eso causó escozor, se creó problemas y tuvo que batallar por todas partes. Pero también por eso dejó tras sí obras que han perdurado.
Entre los herederos de su espíritu se cuentan innumerables sacerdotes de su diócesis. Entre ellos el Cardenal Aníbal Muñoz Duque y Monseñor Francisco Gallego Pérez, obispo que fue de Barranquilla y de Cali. Otros ilustres obispos como Ángel María Ocampo Berrío, Antonio José Jaramillo Tobón, Gerardo Martínez Madrigal, Germán Villa Gaviria, Jorge Giraldo Restrepo, Alonso Arteaga Yepes, Darío Castrillón Hoyos y Roberto López Londoño.
Los obispos del Instituto de Misiones: Gerardo Valencia Cano, Gustavo Posada Peláez, Heriberto Correa Yepes, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Belarmino Correa Yepes, Gustavo Ángel Ramírez y Antonio Bayter Abud. Y el prefecto apostólico Luis Eduardo García Rodríguez.
La obra de Monseñor Gerardo Valencia, prefecto apostólico de Mitú y fuego vicario apostólico de Buenaventura, no se puede aún medir pues todavía es reciente. Con la fundación del Departamento de Misiones del CELAM aporta a la Iglesia latinoamericana una estructura y un instrumento de reflexión misionera, cuyos frutos son abundantes.
Colombia ha comenzado a comprender su vocación universal. Su situación privilegiada -a pesar de tantos conflictos- en el conjunto de naciones americanas. Su deber de exportar la fe a muchos países de la tierra. Una fe que durante quinientos años hemos recibido gratuitamente y debemos compartir con otros hermanos más pobres, dando desde nuestra pobreza.
Cuando una religiosa colombiana, un misionero de Yarumal, un sacerdote diocesano, o un seglar se ubica en un país remoto. Para compartir la fe con un pueblo de otra cultura y otra raza, es Monseñor Builes quien revive misioneramente en nombre de toda Colombia.
En nuestro panorama nacional el actual espíritu misionero tiene un origen concreto: La cosa empezó en Galilea, como dice el libro de Los Hechos.
Ese origen es aquel vicario parroquial de Valdivia, minado por el paludismo que recorre los caseríos del Bajo Cauca. Es el párroco de Santa Isabel que instala sus escasos haberes en un cuchitril del villorio. Es el cura de Remedios que financia una imprenta y funda un periódico con nombre batallador, porque no le bastan el púlpito y la garganta para predicar el Evangelio.
Líderes así, de carne y hueso, hombres de una sola pieza, está necesitando hoy Colombia.
«…¡Salvar estas almas de los mundos nuevos! ¡Pero todo veía tantas! Y yo, pobre misionero, víctima del paludismo, escuálido, macilento, ¿Qué podré hacer? Mi alma vibraba empero, ansiosa de salvar esas almas y las del Magdalena y las del Caquetá, del Putumayo, del Amazonas y…¡Qué osadía!: Las del mundo entero». Monseñor Builes |
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El ocaso
El 29 de septiembre de 1971, hacia el medio día, termina en Medellín la carrera mortal de Monseñor Builes.
Desde hace varios años sus facultades mentales le han abandonado. Recluido en una casa alquilada, cerca a sus hijos e hijas misioneras, aguarda la eternidad. Asiste a la misa mañanera, parece que reza, sobrevive. Pero más con una vida futura, que en la robusta salud que le acompañó casi siempre.
Durante los achaques que lo aquejaron los últimos años, nunca se dejó abatir, conservando el buen humor y su disposición para recibir a cuantos lo visitaran. En las varias ocasiones que acudió a la clínica El Rosario de Medellín, se mostró obediente a sus médicos, paciente y amable y cultivador de la amistad con prelados, sacerdotes, religiosas y otros que acudían a su lecho de enfermo. Sin embargo, de 1968 en adelante, cumplidos ya los ochenta años de edad, su salud se deterioró notablemente, por causa de la arterioesclerosis y otros males.
Entre los médicos que lo atendieron, estuvo siempre su sobrino el doctor Guillermo Valencia, además de la presencia cariñosa de las Hermanas Teresitas y de las Hijas de la Misericordia.
Ya por esta época, está al frente de la diócesis de Santa Rosa Monseñor Joaquín García Ordóñez. En los años anteriores, con el cargo de administrador apostólico, había ayudado al anciano obispo Monseñor Félix María Torres.
Parece que el Señor aguardaba se calmaran todas las tempestades en la vida del prelado, para fijar la fecha de su muerte.
Ese año de 1971, pocos tienen en cuenta al obispo. Solamente lo rodean sus más íntimos. Entretanto él permanece en un silencio gris y misterioso, que únicamente Dios alcanza a interpretar.
Aunque su salud decrece día a día, nadie imagina cuándo llegará el final. Monseñor Heriberto Correa, en ese entonces superior general de los Misioneros de Yarumal y otros sacerdotes celebran a diario la Santa Misa para el prelado agonizante.
Aquel día, el enfermo da muestras de darse alguna cuenta del acto litúrgico. Esto ocurre en la mañana. A eso de las diez llega el médico, quien dictamina una avanzada neumonía y advierte que la situación es delicada.
Hacia las doce se produce un infarto pulmonar, que termina con la vida en la tierra del gran obispo.
Era su día onomástico, la festividad del arcángel San Miguel. Contaba entonces con ochenta y tres años, veinte días. Cincuenta y ocho años largos de sacerdocio, cuarenta y siete y unos meses de episcopado coronaban su existencia.
Después de solemnes honras fúnebres celebradas en Medellín, sus despojos son trasladados a Santa Rosa de Osos.
De paso por Donmatías, su patria chica, se le rinde en el templo parroquial el dolido homenaje de sus paisanos.
El día 1º de octubre, cuando la Iglesia universal honra a Santa Teresita del Niño Jesús, sus restos reciben cristiana sepultura, en la parte posterior del presbiterio de la catedral santarrosana.
Una sencilla lápida con su firma y dos fechas señala el sepulcro. Detrás, le acompaña la estatua yacente de Santa Teresita, copia de la que guarda el sepulcro de la santa en Lisieux.
A su tumba hemos acudido muchísimos, o confiarle secretos y a exponerle necesidades. Algunos aseguran que sus peticiones han sido escuchadas.
¿Es Monseñor Builes un santo? No se puede responder con ligereza. El diploma de santidad oficial lo expide solemnemente el Papa, después de prolongadas pesquisas y severos estudios sobre el candidato. Además, la santidad canonizable -como la pedía Monseñor Builes- no es don conseguido por los hombres, sino un regalo espontáneo del Altísimo.
Algún día hablará Roma y dirá lo pertinente. Mientras tanto, quienes queremos bien al Fundador, al prelado, al cristiano, al hijo de nuestras montañas, nos acercamos a su vida, buscando imitarlo de algún modo. Somos sus herederos forzosos. Nos admiran su persona y su obra. Sentimos el deber y el derecho de perpetuar sus ideales, en Colombia y mucho más allá de nuestras propias fronteras.
«Se me ocurre una reflexión: Que me disgregue mi Dios, a mí, átomo invisible; pero que por su infinita misericordia me conceda que este átomo, al disgregarse, produzca tal energía nuclear que pueda como en Hiroshima y en Nagasaki volver añicos todas las herejías, todos los errores, todas las mentiras, todos los vicios, todos los espíritus inmundos, todas las fuerzas del mal; que pueda dar fuerza y movimiento atómico a los grandes aviones que cruzan los aires, a los gigantescos trasatlánticos que surcan los mares, a los autos y camiones que van por esos valles, faldas y montañas para llevar a todos los mundos el nombre de Dios». Monseñor Builes |
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Miguel Ángel Builes
La persona se esconde muchas veces detrás del personaje. Este lo conforman los papeles sociales que cada uno desempeña. Lo configuran las actitudes hacia el mundo exterior, los estereotipos que nos impone la vida. De allí a ser personoide sólo hay un paso. Personoide es un hombre deshumanizado, que declama a todas horas un papel en esta comedia del mundo. Un hombre alejado de su identidad.
Monseñor Builes nunca fue un personoide. Siempre fue él mismo, en todos los campos. Sin rubor de su ancestro, amante de su paisaje y de su geografía, consecuente con su fe y sus convicciones. Franco, positivo, perseverante.
La naturaleza y su herencia familiar lo dotaron de una figura agradable, masculina sin estridencias y comedida sin remilgos. Alto de estatura, fornido y de aspecto sano hasta la ancianidad. De rostro amable. Con unos ojos mansos bajo unas cejas muy tupidas, ojos que se encendían a veces en la predicación y chispeaban en la conversación con inocente malicia.
De manos fuertes y velludas. Sus dedos, sin embargo, se movían ágilmente sobre el piano o sobre los asmáticos melodios de parroquia.
De pasos ágiles, pero nunca apresurados. Elegante y solemne en las funciones litúrgicas, pero siempre atrayente y paternal.
Simplificó el complicado ritual episcopal, para atenerse sólo a lo indispensable. Comía sobriamente, sin exigir nada especial. Sólo aceptó excepciones cuando sus médicos se lo prescribieron con insistencia.
Pobre como buen campesino y capaz de acomodarse en alimentación y descanso a las más variadas circunstancias.
Fue un hombre completo. Varón, caballero, amigo y apóstol. Pero también fue un hombre en sus limitaciones.
No es mi oficio traerlas ahora a cuento. Otros con mayor autoridad podrán relatarlas y evaluarlas. Pero quiero afirmar que tuvo defectos. Los propios de todo hijo de vecino. Los anejos a todo hombre que viene a este mundo.
Sin embargo, cuando los conoció o sus confesores se los señalaron, luchó esforzadamente por corregirlos.
Casi siempre las vidas de los grandes hombres se escriben esquivando sistemáticamente sus aspectos humanos. La fama, la adulación y el cariño son óptimos fabricantes de mitos. Esto perjudica.
Monseñor Builes, Miguel Ángel el de Anita, fue un hombre como nosotros. Su vida comprende las facetas ordinarias del niño, del adolescente, del joven que duda, que tropieza. Del adulto que lucha y que también se descorazona.
Pero dentro de este marco natural, fue creciendo el prodigio de lo extraordinario, efecto de un diálogo profundo y prolongado con el Señor. Fruto de una decisión como la de Abrahám, de hacerle caso a Dios en todos los momentos.
Tocamos aquí lo que en el lenguaje religioso se llama espiritualidad.
Intencionalmente he esquivado este campo. No es fácil presentar de paso la magnitud del espíritu cristiano de Monseñor Builes. Me parece aventurado alinearlo en las escuelas ascéticas y, más aún, almacenar su vida dentro de algún esquema prefabricado.
Sólo afirmo que este obispo vale más por su interioridad que por la proyección de sus obras.
Más adelante, los expertos nos ayudarán a explorar el territorio de su intimidad.
Su diario personal, cuarenta y cuatro libretas de su puño y letra, el cual inicia en 1945 y continúa hasta la pérdida de sus facultades, nos dicen más que las historias impresas.
Es este el Monseñor Builes verdadero. Allí se contemplan sus luchas, se escucha el timbre de su espada y resplandecen sus virtudes.
Al correr de los años, quienes participamos de su herencia nos acercamos a él con veneración y cariño, para encender nuestra fe y avivar la esperanza. Porque nos hacen falta luz y calor en estos tiempos tan atormentados.
«La gigantesca figura de este humilde y combatido prelado; de este Pastor amable, infatigable y solícito; pero defensor heróico e intrépido de los derechos de Dios y de su Iglesia; de este inagotable escritor, de este peregrino permanente por todos los campos de la diócesis más extensa del mundo, no la podemos enaltecer con palabras ni con emociones. Este faro tiene luz propia. Este héroe de la virtud tiene méritos propios. Este pastor fecundo que dio a la Iglesia valiosas familias religiosas, no necesita de mecenas para entrar a la historia de Colombia y de la Iglesia, «Por sus frutos los conoceréis» dijo Cristo y las obras que no hay posibilidad de enumerar, realizadas por Monseñor Builes en su largo ministerio pastoral en Santa Rosa de Osos, dicen muy claro quién fue y cuánto vale. Misionero a lo largo de su vida, difícilmente será superado en su anhelo de ganarle a la tierra el honor y la alegría del Reino de Dios. Prendió el fuego de fervor misionero que no podrá apagarse. Deja hijos comprometidos con noble herencia. Su vida, sus obras y su ejemplo brillarán eternamente en la lucha misionera. No tratamos de hacer su elogio, empequeñeciéndolo con palabras; admiramos su vida, reconocemos sus méritos; exaltamos su memoria que como la de todo justo, será eterna». Monseñor Roberto Giraldo |