TejasArriba.org por Calixto
Un mensaje con sabor a Evangelio
Hacia la casa del Padre

Resurrección de Jesús

Del Concilio Vaticano II

«Durante su peregrinación temporal, todo hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo ilimitado y llamado a una vida superior. Pero algunos esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad. Y no faltan quienes, que desesperando de poder dar a la vida un sentido, alaban la insolencia de cuantos afirman que esta vida carece de sentido.

Sin embargo, ante la evolución del mundo, son cada día más numerosos quienes se plantean las más fundamentales preguntas: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte que, a pesar de tantos progresos logrados, subsisten todavía? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

La Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza para responder las más torturantes preguntas. No ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que podamos salvarnos.

Igualmente cree la Iglesia que la clave, el centro y el fin de toda historia humana se hallan en su Señor y Maestro. Afirma además que, bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación».

(Constitución Sobre la Iglesia en el mundo actual, No. 10)

* * *

La fe, los amigos y el tiempo

Cuando muere un ser querido, los cristianos acostumbramos reunirnos para orar por quienes terminaron su vida temporal y para consolarnos en la esperanza. Pero no todos los grupos humanos celebran de idéntica manera el acontecimiento de la muerte.

En la mayoría de los países, el llanto y los lamentos expresan el dolor ante la ausencia de quienes se marcharon adelante. En otros lugares, sin embargo, las lágrimas se remplazan por celebraciones festivas, acompañadas de convites y danzas: Alguien de nuestro clan ha empezado a vivir con los antepasados y conviene entonces alegrarnos.

Los Samburu, del norte de Kenya, envuelven el cadáver del difunto en una piel y lo abandonan luego en la sabana o en el bosque. De lo demás se encargarán las hienas. Pero aún así, ellos comprenden que la muerte no es el paso final: Los animales mueren. Los seres humanos apenas se han dormido.

En muchas regiones de América Latina se ofrece a los difuntos, al son de sus canciones favoritas, agua, comida, flores y piedras, prendas de uso personal.

Los discípulos de Cristo aprendimos, iluminados por la resurrección del Maestro, a celebrar de un modo propio, el hecho de la muerte. «Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, sino que se trasforma y la deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».

Pero además de la fe, los amigos y el tiempo tienen el poder de suavizar nuestra pena.

Un verdadero amigo nos apoya, animándonos a seguir adelante. Y el tiempo cura, poco a poco, todas las heridas del alma.

Vale entonces pensar, delante del Señor y en compañía de quienes nos aman que morir es empezar a vivir otra vida. Decía san Agustín: «Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti».

— o o o —

Novenario por los difuntos

(Quien preside la reunión comienza diciendo):

—En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

—Amén.

(Puede entonarse algún canto religioso).

Hermanos:

Si creemos que Jesucristo murió y resucitó, confiemos también en que Dios, nuestro Padre, ha tomado consigo a nuestro(a) hermano(a), que se ha dormido en su misericordia.

Este acontecimiento nos invita además a seguir caminando en la fe, manteniendo viva nuestra con Dios, vivir según los mandamientos del Señor, para que la muerte no nos sorprenda como un ladrón, según dice san Pablo.

No vivamos en tinieblas. Seamos más bien hijos de la luz y vigilemos esperando la visita del Señor.

Unámonos ahora en la oración, e imploremos la divina misericordia para nuestro hermano(a) que ha muerto.

* * *

Oración para todos los días

Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, Tú trasformas en aurora de una nueva vida la oscuridad de la muerte; mira a estos hijos tuyos que hoy lloramos la ausencia de un hermano nuestro.

Tu Hijo, nuestro Señor, al morir, destruyó nuestra muerte y, al resucitar, nos dio una nueva vida; concédenos que, al final de esta vida presente, podamos ir a su encuentro y, junto con nuestros difuntos, nos reunamos en tu reino, allí donde Tú mismo enjugarás nuestras lágrimas.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

(Buscar día respectivo)

— o o o —

Día primero

Aquel día primero

Del santo Evangelio según San Juan, capítulo 20.

«El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo y les dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y nos sabemos dónde le han puesto».

Todo esto ocurrió el primer día de la semana, explicaba San Juan a las primeras comunidades cristianas.

Nosotros diríamos: El primer día de la Salvación, el primer día de la Iglesia, el primero de la nueva historia.

María Magdalena va al sepulcro al amanecer, las mujeres se encaminan al huerto para ungir nuevamente el cuerpo de Jesús. Pedro y Juan corren muy temprano hacia donde han sepultado al Maestro. Al medio día, unos amigos del Señor emprenden el regreso hacia Emaús, tristes y descorazonados. Otros se pasan el día en una casa de Jerusalén, a puerta cerrada, entre la desilusión y la esperanza.

Todo ha sido trágico en estas últimas jornadas: la crucifixión del Maestro. El miedo y la huída de los discípulos. La negación de Pedro. La oscuridad de aquella tarde de mes de Nizán, cuando los judíos preparaban la Pascua. Un pequeño grupo de amigos amortaja deprisa el cuerpo del Señor, para guardarlo en un sepulcro ajeno. Luego las amenazas de la guardia. El desconcierto de todos, aún de los más creyentes. .

Muchos de nosotros pudiéramos también señalar, sobre este oscuro esquema, etapas de nuestra propia vida: Alguna vez se nos ha muerto el líder. Hemos visto fracasar nuestros planes. Nos han fallado los amigos. La muerte nos ha pisado los talones. Diversas circunstancias nos colocaron contra la pared. Las sombras nos borraron el horizonte.

Porque los cristianos no somos de otra especie. Somos hombres falibles y sufrientes, pobres viajeros, y todo lo humano nos pesa a las espaldas. Pero, a la vez, somos distintos porque Jesús ha resucitado del sepulcro.

Entonces María Magdalena encuentra al Jardinero. A las mujeres les habla un joven que parece un ángel. Pedro y Juan entran el sepulcro vacío y, enrollado en un sitio aparte, ven al sudario que había envuelto la cabeza del Señor. Los viajeros de Emaús le reconocen en el partir del pan.

Y esa tarde, estando las puertas cerradas, Jesús se pone en medio de los temerosos discípulos y les enciende la fe en el corazón.

Nosotros creemos en Jesucristo y, apoyados en Él, esperamos contra toda esperanza. Porque Cristo ha vencido el pecado y la muerte.

Todo puede morir: Los pájaros, las flores, la luz, el gozo y la mañana. Pero todo regresa y todo se transforma. Retorna la vida a los nidos. Revientan otra vez los retoños en la era. Vuelve a correr la brisa entre los cerros. Brilla una nueva luz. Renace el gozo. Regresa la alborada. Y podemos escribir nuevamente sobre nuestro diario personal: «Aquel día primero de la semana, todo empezó a ser distinto».

* * *

Gozos*

I

Deja que el grano se muera
y venga el tiempo oportuno;
dará cien granos por uno
la espiga de primavera.
Mira que es dulce la espera
cuando los signos son ciertos;
mantén los ojos abiertos
y el corazón consolado.

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

II

Deja que brote la vida
al desleírse los años,
que son leves desengaños,
pavesa desvanecida.
Mira la Pascua Florida
que inunda en color los huertos;
mantén los ojos despiertos
y el corazón desvelado:

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

III

Deja que a una tierra nueva
se marche en paz este amigo;
se queda siempre contigo
aunque su cuerpo se lleva.
Mira que es corta la prueba
y breves los desconciertos.
Mantén los brazos abiertos
y el corazón sosegado:

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

IV

Deja que el tiempo, un amigo
reposado y generoso,
transforme tu angustia en gozo,
guardando el dolor consigo.
Quien ha muerto ya es testigo
frente a unos cielos abiertos;
que todos sus desconciertos
el Señor ha remediado.

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

V

Deja que la fe te alumbre
el camino de la vida;
mantenla siempre encendida
para llegar a la cumbre.
Deja que muera esta herrumbre
conseguida en los desiertos
de estos caminos inciertos,
sobre un mundo atormentado,

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

VI

Deja al amor la tarea,
ya sin tiempo ni distancias
de calmar las fuertes ansias
hacia El que sana y recrea.
Deja que tu anhelo vea
lo invisible de los muertos.
Mantén los ojos abiertos
frente a ese cielo estrellado.

R/.
Si Cristo ha resucitado,
resucitarán los muertos.

* Adaptación de un himno de la
Liturgia de las Horas.

* * *

Oración de los fieles

Oremos confiadamente al Padre de las misericordias y pidámosle por el eterno descanso de nuestro(a) hermano(a) N… que ha muerto en el Señor.

—Para que Cristo, que con su muerte ha destruido la muerte y con su resurrección ha dado la vida al mundo entero, conceda a nuestro(a) hermano(a) un lugar de luz y de felicidad:

—¡Oye, Señor, nuestras súplicas!

—Para que le perdone todas las faltas que cometió de pensamiento, palabra, obra y omisión:

—¡Oye, Señor, nuestras súplicas!

—Para que Cristo, el único que no cometió pecado, se compadezca de quien fue frágil y pecador:

—¡Oye, Señor, nuestras súplicas!

—Para que el Señor santifique a su Iglesia, colme de bienes al mundo y alivie el dolor de quines sufren:

—¡Oye, Señor, nuestras súplicas!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

A ti levantamos nuestros ojos, Señor que habitas en el cielo. Escucha nuestras oraciones y ten piedad de tu siervo(a) que, mientras vivía en el mundo, esperó en tu misericordia.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

Es una obligación seguir amando
al hermano que se marchó adelante.

Ahora, con un amor más generoso,
que no espera retribución a corto plazo.

Con un amor más excelente,
que ya no exige signos materiales.

Este hermano distante
proyecta su amor hacia nosotros
desde otra dimensión,
desde la vida perfecta.

Lo podremos sentir a nuestro lado
dándonos de mañana los buenos días.

Lo descubriremos a cada rato,
en la intimidad de los recuerdos.
Adivinaremos su presencia
junto a la mesa familiar.

Contaremos con su compañía
en las incertidumbres y en los peligros.

Él ya goza de Dios
y tiene facultades para apoyar nuestros esfuerzos.

Porque él ya alcanzó la plenitud,
Y ahora nos prepara un lugar
en donde gozaremos todos juntos
de la familia inmortal de los cielos.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

V/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros y permanezca siempre.
R/. Amén

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día segundo

Como el grano de trigo

Del santo Evangelio según San Juan, capítulo 12.

«Dijo Jesús: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere da mucho fruto».

Muchos temas dejaron hoy de ser tabú. No así la muerte. Aunque nuestra sociedad la disfrace y maquille, la oculte de mil modos. Porque actualmente nada nos asusta tanto como la seguridad de morir.

El hombre primitivo pensaba de distinta manera. Para él la muerte era algo natural y familiar. Comprendía que la vida es esencialmente evolución.

Así como el agua se convierte en vapor, y éste se transforma en nube que enseguida cae en lluvia generosa. Se cambia la oruga en crisálida y ésta en mariposa.

Muere el grano de trigo bajo la tierra húmeda y oscura, pero luego reverdece en los tallos, se levanta en la espiga, se trueca en blanca harina en el molino y en el horno se cuece como pan.

También la vida presente, pobre y peregrina, se cambia más allá de la muerte en vida perfecta y segura.

O en otras palabras: El amor viajero e incierto halla una patria, toca un puerto definitivo, alcanza una dimensión absoluta.

Cristo Jesús, sobre aquel paisaje palestino, surcado de senderos que iban del río al mar, por entre viñas y trigales, no encontró otra manera para revelarnos el misterio de la muerte: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere da mucho fruto».

Nosotros los mortales, somos la angustia ante la vida presente, que resbala más veloz que un navío cargado de frutas, como dice el libro de Job.

Sin embargo, morir a cada instante para vivir después es condición de toda vida. Morimos y vivimos en los hijos, en el amigo que se va, en cada elección que significa una ruptura. Morirnos en cada viaje que emprendernos y concluimos.

Pero Cristo resucitado es nuestra piedra segura, es nuestra esperanza. El nos conduce a una vida donde la síntesis perfecta nos dará una felicidad perdurable. Allí no se opondrán ni los términos del silogismo, ni los cuatro elementos que dieron vida a la materia, ni el día, ni la noche, ni tampoco los puntos cardinales, ni el tiempo y el espacio, ni mucho menos el bien y el mal.

Quizás la Resurrección del Señor no haya calado muy hondo en nosotros. Vivimos en continua incertidumbre frente al futuro que nos aguarda.

Podríamos entonces leer nuevamente lo que nos dejó Walt Withman:

«Dime: ¿qué piensas tú, qué ha sido de los viejos, de los jóvenes, de las madres, de los niños que se fueron?

En alguna parte están vivos esperándonos. La hojita más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe. Que si alguna vez existió fue sólo para producir vida. Que nos está esperando ahora al final del camino para detener nuestra marcha. Que cesó en el instante de aparecer la vida.

Todo va hacia adelante y hacía arriba. Nada perece. Y el morir es una cosa distinta de lo que algunos suponen y mucho más agradable».

* * *

Oración de los fieles

Oremos a Dios Padre de todos, por nuestro(a) hermano(a) N… cuya partida hoy nos aflige:

—Para que el Señor purifique con su misericordia y conceda los gozos del Cielo a nuestro(a) hermano(a):

—¡Concédele, Señor, el descanso eterno!

—Para que el Señor, que lo creó de la nada, y lo honró haciéndolo(a) a imagen de su Hijo, le recompense en el Reino su fe y su esperanza:

—¡Concédele, Señor, el descanso eterno!

—Para que le conceda el gozo y la paz en la asamblea de los santos:

—¡Concédele, Señor, el descanso eterno!

—Para que el Señor, consuelo de los que lloran y fuerza de los que se sienten abatidos, alivie nuestra tristeza y nos conceda encontramos con nuestros hermanos en el Reino de Dios:

—¡Concédele, Señor, el descanso eterno!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Señor, que nuestra oración suplicante sirva de provecho a tus hijos que han muerto, para que libres de todo pecado, participen ya de tu Redención ara siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

El apóstol san Pablo no encontró mejor manera
para explicarnos el misterio de la muerte.

Morir es descender al surco,
de donde brota el milagro de la vida.
Como el grano de trigo…

Lo arroja el sembrador por la mañana.
Por la tarde ya duerme,
invisible bajo los ásperos terrones.

Lo arropa la oscuridad.
Lo rodea el silencio.
Lo aprieta la madre tierra con sus dedos de barro.

Pero hasta allí se acercan
las manos poderosas del Señor.

Y de nuevo, aquel grano resucita a la vida,
desde el limo inicial,
como surgió el hombre al comienzo del mundo.

Morir no equivale entonces a destruirse.
Morir es revivir.
Es renacer.
Es iniciar un ciclo definitivo
en nuestro viaje hacia la eternidad.
Hacia la vida total y perfecta.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día tercero

El tercer día

Del Santo Evangelio según San Lucas, capítulo 24.

«Jesús se presentó en medio de sus discípulos y les dijo: Paz a vosotros. Ellos seguían atónitos pero El añadió: ¿Tenéis algo qué comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado».

La teología, con humilde insistencia, trata de averiguar cómo será nuestra vida más allá de la muerte. Pero nunca lo alcanza plenamente. Apenas logra entregarnos datos aislados, rasgos borrosos, bocetos imprecisos sobre la vida del cielo.

También en este esfuerzo, la liturgia cristiana repite las lecturas de la Resurrección del Señor y luego resume toda esta maravilla de la vida eterna en tres expresiones que todos sabernos de memoria: Paz, descanso eterno, luz perpetua.

Algo que apenas paladeamos de paso, sin poder comprender perfectamente.

Después de su resurrección Jesús permanece cuarenta días con sus discípulos. Es un Cristo distinto, pero no menos real. Penetra en el cenáculo estando las puertas cerradas. Pero enseguida les pregunta: ¿Tenéis algo qué comer? Y comparte con ellos el pescado a las brasas. Les dice a sus amigos: Palpadme y daos cuenta de que soy yo. Pero luego desaparece de su vista.

Continúa viviendo la historia con los suyos. En el camino de Emaús explica a sus compañeros de viaje las escrituras y se deja reconocer en el gesto de partir el pan.

No es ajeno a las preocupaciones de aquellos a quienes ama. En la playa del Tiberíades se aparece al amanecer y hace que las redes, hasta esa hora vacías, se llenen con ciento cincuenta y tres peces grandes.

Vive con sus discípulos, pero en otra dimensión. Prolonga su vida anterior: Le ayuda a Pedro a borrar sus negaciones.

Mira las cosas desde un ángulo distinto. Ya no se reduce a los confines de Palestina. Envía a los apóstoles a predicar por todo el mundo.

Esta etapa del Señor sobre la tierra, nos permite entrever algo sobre nuestra vida futura en el cielo.

Ante todo será una vida bajo el signo de la paz. Cristo en cada aparición llena a sus amigos de alegría y de esa paz que todos deseamos.

Porque a todos nos destruyen las guerras. No sólo las que arman unas naciones contra otras. También aquellas que resquebrajan nuestras comunidades, las que enfrentan entre sí a los miembros de una misma familia. Además cada día combaten en nuestro corazón, destrozándonos, el bien y el mal, la verdad y el error, lo presente y lo futuro, los valores aparentes y los reales.

Allá en el cielo, la vida será en gozosa compañía. Podremos amar y ser amados sin las trabas que ahora nos lo impiden, sin límites de tiempo, de espacio, de pecado y de ignorancia.

Será una vida en libertad. Porque ya la adhesión al Señor no necesitará preceptos, ni normas, ni condicionamientos que obstaculicen nuestra opción.

En fin, será una vida feliz. Ahora en la tierra no logramos la felicidad sino por cuentagotas. La dicha está esparcida en cantidades infinitesimales en medio de frecuentes dolores. Algo así como una chispa de oro que se esconde en una mole de basalto.

Recordamos entones la palabra de Jesús: «El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de entre los muertos». Así nos explicaba algo sobre ese misterio de la vida perdurable.

Vivir en cristiano es pues mirar todas las cosas: El bien, el mal, la alegría, el dolor, la paz y la guerra, en una dimensión de futuro. A la luz de este tercer día de la resurrección del Señor.

* * *

Oración de los fieles

Con la fe puesta en la resurrección de Cristo, primogénito de entre los muertos, que transformará nuestros cuerpos humillados y los hará semejantes al suyo glorioso, oremos al Señor y digamos:

—¡Escúchanos, Señor!

—Libra, Señor, a tu siervo(a) del poder de las tinieblas y dale la luz de la vida eterna:

—¡Escúchanos, Señor!

—Tú que abriste el paraíso al ladrón arrepentido, tiende ahora tu mano bondadosa a quien, aunque pecó, vivió en la comunión de tu Iglesia:

—¡Escúchanos, Señor!

—Purifícalo(a) de toda culpa, líbralo(a) de todo castigo merecido por sus pecados y haz que pueda ya celebrar la salvación que nos mereció tu Hijo:

—¡Escúchanos, Señor!

—Concédele el gozo eterno en aquel lugar donde ya no hay dolor, ni lágrimas, ni muerte, sino alegría sin fin:

—¡Escúchanos, Señor!

—Y a nosotros y a nuestros hermanos, otórganos llegar alegres y ricos en buenas obras a la vida eterna:

—¡Escúchanos, Señor!

—Padre nuestro…

Oremos:

Escucha, Señor, nuestras oraciones Y concédele la paz y la alegría del Espíritu Santo a nuestro(a) hermano(a) N… a quien en esta vida mortal rodeaste con tu infinito amor.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Para reavivar la esperanza

La grandeza del hombre
no termina en la dimensión de mi cuerpo.
No se agota en un grumo de sangre.

No cabe en un sepulcro,
ni se apaga al extinguirse el calor de la ceniza.

Mi grandeza no se marchita al igual que las flores,
ni se desvanece como el recuerdo de los amigos.

Mi grandeza hunde sus raíces en el propio corazón de Dios,
que me creó y me ama continuamente.

Por esto reverdezco cada día.
Por eso le he ganado la batalla a la muerte temporal.
Porque aún más allá del dolor y de la sombra,
camino con paso seguro
hacia una eternidad siempre feliz.

Mi grandeza no se agota en la tumba.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a), y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día cuarto

El derecho a morir

Del santo Evangelio, según San Juan, capítulo 20.

«Salieron Simón, Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Asomándose, Pedro vio las vendas en el suelo, pero no entró. Entró también el otro discípulo: vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: Que Él había de resucitar de entre los muertos».

Tradicionalmente la teología nos ha hablado del deber de morir. Leemos en la carta a los Hebreos: «Está establecido que los hombres mueran una sola vez».

Ante esa ley, hemos de inclinarnos sumisos y, aunque sin muchos ánimos, incluimos en nuestra agenda, para una fecha incierta y distante, ese final obligatorio.

Pero la teología actual, que ha escuchado a la ciencia, y ha profundizado en el Evangelio, prefiere hablarnos del derecho a morir.

Cada uno de nosotros, en determinadas circunstancias, tiene derecho a dar ese paso definitivo y trascendente, como un acto personal, consciente y libre. La medicina le servirá de enfermera, lo apoyará la presencia de amigos y parientes, la antropología le mostrará la muerte como algo natural a la especie, la fe le dará fortaleza e iluminará sus horizontes.

La muerte es un derecho que equivale a una transformación positiva, a una conquista, a un avance en el proceso de la vida.

De ahí deducimos que todos los valores adquiridos en la tierra: Amor de familia, aprecio de los demás, arte, cultura, generosidad… no terminan de un golpe, sino que se transforman, adquieren otra insospechada dimensión.

Vivir, al fin y al cabo, es un intercambio de valores.

Nuestros antepasados negociaban oro y sal, a cambio de mantas y vasijas de barro. Nosotros cambiamos salud por pan, y desvelos por un poco de paz y de justicia.

Pero hay gente que muere en la miseria: En absoluta carencia de valores. No tiene con qué morirse. Es decir nada tiene para cambiar o permutar. Otros mueren en una afortunada opulencia: Han conquistado metas, han realizado nobles ideales, han luchado, han amado. Sus días son aquellos que la Biblia llama «días colmados».

La muerte de Jesús es el modelo de una muerte vivida como un derecho. Nadie le quita la vida. El entrega su espíritu dando una fuerte voz. Porque su muerte es la inauguración de la Vida. De la vida plena de Dios que vence toda muerte.

Esta vida que el Señor nos regala, transforma definitivamente todos las variadas y multiformes circunstancias humanas. Resucita al joven que muere en un accidente, al soldado que se inmola por un ideal que talvez él no entiende, a la anciana que fallece de cáncer, a la niña mongólica que nunca pudo relacionarse con el mundo, al profesional que se va de improviso. A la madre de la familia que no lamenta su partida, sino el dolor de sus hijos. A quien muere con el crucifijo entre las manos y a quienes sucumben odiando y matando.

Señor, ¿No es cierto que en todos ellos revive tu Pascua y renace la lumbre del domingo de resurrección?

* * *

Oración de los fieles

Oremos con fe a Dios nuestro Padre, para quien toda criatura vive, y pidámosle que escuche nuestra oración.

—Para que perdone los pecados de su siervo(a) N… y acepte sus buenas obras. Roguemos al Señor:

—¡Que brille para él (ella) la luz perpetua!

—Para que lo libre de toda pena merecida por sus culpas y pueda participar en el descanso eterno. Roguemos al Señor:

—¡Que brille para él (ella) la luz perpetua!

—Para que goce eternamente de la bienaventuranza. Roguemos al Señor:

—¡Que brille para él (ella) la luz perpetua!

—Para que el Espíritu Santo nos lleve por las sendas de la fe y nos dé la esperanza firme de alcanzar el reino eterno. Roguemos al Señor:

—¡Que brille para él (ella) la luz perpetua!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Señor Dios que has querido que nuestro(a) hermano(a) a través de la muerte fuera configurado con Cristo, que por nosotros murió en la cruz, escucha nuestra oración.

Y dígnate dar parte en la Pascua de tu Hijo al que, mientras vivía en la tierra, fue marcado con el sello del Espíritu Santo.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

Diez cosas fuertes
existen sobre la superficie de la tierra, dice un proverbio hindú.

El hierro que taladra las montañas.
Pero es más fuerte el fuego, capaz de derretir el hierro.

Y aún más fuerte es el agua, que extingue los incendios.
Y más fuerte que el agua son las nubes, que se beben el agua.

Y más fuerte que las nubes, el viento que juega con las nubes.
Y más fuerte que el viento es el hombre,
cuando lo pone a su servicio con la vela en el mar.

Y más fuerte que el hombre es la embriaguez.
Y más fuerte que la embriaguez es el sueño.

Y más fuerte que el sueño es la pena,
que nos roba de los ojos el sueño.
Y más fuerte que la pena es la muerte,
que pone fin a toda pena.

Hasta aquí el proverbio hindú.
Pero los creyentes leímos en la Biblia:
«El amor es más fuerte que la muerte».

Y desde los abismos más oscuros,
seguimos confiando en el Señor.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a), y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día quinto

Nuestro compañero inseparable

Del Evangelio según San Lucas, capítulo 1.

«Dijo María: Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Señor ha hecho en mi maravillas».

«Oh cuerpo, manso asnillo, tan dulce junto a mí por la vereda». Así comienza José María Pemán un hermoso poema, en alabanza de nuestro cuerpo mortal. Cuerpo tan calumniado por quienes olvidan la dignidad que consiguió desde que Dios se hizo carne.

Las actitudes de Jesús valoran nuestro cuerpo.

En su favor realiza casi todos los milagros, cambia el agua en vino, cura enfermos, resucita muertos, multiplica el pan y los pescados. Era la manera de expresar su interés por toda nuestra persona.

Es maravilloso nuestro cuerpo. Su contextura, sus funciones, la relación de sus huesos, sus nervios y sus músculos.

A él llegan como a un puerto los Sacramentos, para luego adentrarse por todo nuestro ser, hasta nuestra más honda intimidad.

El es nuestro instrumento y nuestro signo. Por él conocemos, palpamos, olemos, gustamos, miramos y escuchamos el universo.

Es nuestro documento de identidad. Se nos distingue por los rasgos de un rostro, por un tono de voz, por una manera de gesticular, por el rumor de unos pasos.

A través de nuestro cuerpo se expresan de inmediato los gozos y los dolores del alma. Puede reír y llorar, lo cual para ella es imposible.

Es nuestro compañero inseparable. Es una herejía afirmar que solamente él peca y hacerlo culpable de todos nuestros males. Es parte integral de nuestro yo. Es nuestro hermano gemelo, más débil, pero fiel, humilde y generoso cuando sabemos motivarlo.

Hubo en el comienzo de la Iglesia una secta que despreciaba el cuerpo y prohibía el matrimonio. Para ellos la perfección cristiana consistía en ser como ángeles. Pero esto ni es cristiano, ni es posible. La santidad humana es santidad de hombres, metidos en materia.

Adoramos el cuerpo de Cristo que ha subido a los cielos. Veneramos el cuerpo de María en la Asunción. Es apenas lógico que ese cuerpo que, como dice un autor, «limita físicamente con Dios», llevado al cielo, se convierta en anuncio de nuestra futura transformación.

La religión cristiana enseña el respeto a nuestro cuerpo: lo unge con aceite bendito en el Bautismo y en la Confirmación y lo honra cuando, ya separado del alma, es un recuerdo apenas de nuestro paso por la tierra.

Es cristiano educar nuestro cuerpo: Orientar sus instintos, moldearlo en el deporte y la disciplina, adornarlo con sencillez, cuidarlo con esmero, respetar su individualidad, sembrar en él semillas de vida eterna.

También en favor de nuestro cuerpo, el Señor se propone hacer maravillas. Lo ha de transformar en cuerpo glorioso como el suyo.

* * *

Oración de los fieles

Oremos, hermanos, y que nuestro Salvador, que aceptó la muerte para que tengamos vida eterna, escuche nuestras súplicas por nuestro(a) hermano(a) N… que descansa ya en paz:

—Para que nuestro(a) hermano(a), que deseó vivir según el Evangelio, sea recibido benignamente por el Padre en la bienaventuranza. Roguemos al Señor:

—¡Oh, Señor, escucha y ten piedad!

—Para que encuentre el perdón de sus culpas y debilidades y goce eternamente de la luz y de la paz. Roguemos al Señor:

—¡Oh, Señor, escucha y ten piedad!

—Para que aumentes en nosotros la fe en la vida eterna y avives nuestra esperanza de los bienes eternos. Roguemos al Señor:

—¡Oh, Señor, escucha y ten piedad!

—Para que nosotros, juntamente con nuestros difuntos, podamos contemplar llenos de gozo la manifestación de la gloria del Señor, y disfrutemos con los santos de la felicidad eterna de su reino. Roguemos al Señor.

—¡Oh, Señor, escucha y ten piedad!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Escucha, Señor, nuestras oraciones
y ten misericordia de tu siervo(a) N…
y ya que aquí en la tierra
la verdadera fe lo(a) unió al pueblo cristiano,
que ahora tu bondad lo(a) asocie
al coro de los elegidos.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

No digas que ya no tienes fe.

Cuando el dolor acosa, ella toma otras formas y se viste de distinto ropaje.

No creas que has perdido la esperanza. Confiar en el Señor, a pesar de tantos pesares, equivale a seguir caminando.

Es levantar de cuando en vez los ojos hacia el cielo y esperar que se calmen las tormentas.

No repitas que no entiendes a Dios.

Nunca alcanzaremos a comprenderlo. Sin embargo, cuando nos golpea el sufrimiento, el Señor siempre está allí y nos invita a descubrirlo detrás de la sombra.

No tortures tu mente tratando de descifrar el sufrimiento, como un niño débil y lloroso.

Camina hacia tu Padre y enséñale tu pobre corazón, balbuceando otra vez el Padre Nuestro.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fíeles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día sexto

Ese baño de tumba

Del santo Evangelio según San Juan, capítulo 20.

«El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro al amanecer. Salieron también Pedro y Juan camino del sepulcro».

Nos aconseja alguno que de vez en cuando nos demos un baño de tumba. Así se curarían nuestra vanidad y suficiencia.

A cada paso, aún sin quererlo, nos bañamos de tumba, nos vestimos de sombra, miramos desconcertados cómo la muerte desbarata nuestros planes, amenaza la dicha y nos separa de aquellos que nos aman.

Sin embargo, para los cristianos hay un sepulcro que no es fin sino comienzo, no es sombra densa sino luz, no es separación sino compañía, no es dolor sino gozo, no es desilusión sino esperanza.

Cuando nos damos un baño de tumba en el sepulcro de Jesús, toda nuestra vida, las penas, las tragedias, los pecados, la propia muerte, adquieren otra forma de herir y otra forma de ser.

Aquel primer domingo de Pascua se inició en Jerusalén una curiosa romería. los soldados buscaron el sepulcro, para mirar si estaba custodiado. Las mujeres madrugaron llevando aromas, para ungir otra vez al Maestro.

Pedro y Juan acudieron también, con el alma suspendida entre el desconcierto y la confianza.

El cuerpo de Jesús no estaba allí.

Muchos de nosotros somos cristianos de «sepulcro vacío». Nuestra fe en la resurrección es teórica: Nunca nos hemos encontrado personalmente con Jesucristo Resucitado, porque nunca hemos salido a buscarlo.

Nuestro cristianismo vacío se expresa en una vida de hogar sin entusiasmo, en un trabajo rutinario, en un temor enfermizo a la muerte.

Busquemos afanosamente a Jesús. A veces no es fácil hallarlo, porque tiene la propiedad de pasar desapercibido.

María Magdalena le confunde con el jardinero. Los apóstoles en el lago creen que es un fantasma. Los de Emaús lo toman por un peregrino. Pero hay un signo que nunca nos engaña: lo reconoceremos en el partir del pan. Si caminamos con El, podremos compartir su mesa, presentarle nuestras incertidumbres, mirar las cicatrices de los clavos, tocar sus manos y sus pies y recibir la fuerza de su Espíritu.

Cuando compartirnos con los demás El se manifiesta más claramente. Entonces amanecerá sobre nuestra vida un gozo indescriptible y podremos anunciarle al mundo de hoy: ¡Hemos visto al Señor que ha resucitado de entre los muertos!

* * *

Oración de los fieles

Oremos al Señor por nuestro hermano(a) N… a quien El se ha dignado llamar de este mundo y digámosle:

—¡Señor, ten piedad!

—Señor Jesús, haz que nuestro(a) hermano(a) que pasó de este mundo a tu reino, se alegre en tu presencia y se vea inundado(a) de gozo en la asamblea de los Santos.

—¡Señor ten piedad!

—Sálvalo(a) con tu misericordia porque siempre confió en Ti:

—¡Señor ten piedad!

—Que tu misericordia y tu bondad le acompañen eternamente y habite en tu casa por años sin término:

—¡Señor ten piedad!

—Concédele gozar en las fuentes tranquilas de tu paraíso y hazlo recostar en las verdes praderas de tu reino:

—¡Señor ten piedad!

—A nosotros, que continuamos aún peregrinos en el mundo, guíanos por el sendero justo y haz que encontremos siempre en Ti nuestra paz:

—¡Señor ten piedad!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Oh Dios que en la Pascua de tu Hijo
has hecho resplandecer para nosotros
la gloria de la salvación,
escucha nuestras oraciones
y a nuestro(a) hermano(a) concédele
gozar de tu luz y de tu paz.

Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

Después del huracán todo renace.
Las aguas desbordadas
regresan a su cauce,
para purificarse entre las piedras y las raíces.

El lodo se convierte en fecundidad para los surcos. Brilla de nuevo el sol y las nubes se esconden detrás de las montañas.

Los árboles, golpeados por el vendaval, remplazan sus heridas por retoños.

Y vuelven a soñar con la cosecha.

Los pájaros reinician la arquitectura de sus nidos. Las flores destrozadas ceden el turno a flores nuevas, más airosas y esbeltas.

Vuelven a organizarse los caminos,
renunciando a los atajos
y en plena comunión con el paisaje.

El viento se dedica a mecer las espigas
y a acariciar la capul de los niños,
Y el corazón del hombre
vuelve a estrenar su esperanza,
más real, más humilde,
más cercana al Señor.
Más llena de experiencia.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día séptimo

Amenazados de Resurrección

Del santo Evangelio según San Juan, capitulo 20.

«En aquel primer día de la semana, salieron Simón y el otro discípulo camino del sepulcro. Y llegando al sepulcro, vieron y creyeron «.

En un domingo luminoso, porque era Pascua, una anciana vendía sus flores a la sombra de una arcada de piedra. Sonreía gozosa, lo cual me hizo exclamar al instante: ¡Usted, señora, parece muy feliz!

—¿Por qué no, me respondió ella, si todo va muy bien?

Me extrañó su respuesta y le pregunté en seguida: ¿No tiene usted problemas?

—¿Cree usted que a mi edad alguien no los tenga? Pero pienso en el día más trágico que ha tenido la humanidad, el Viernes Santo, y en lo que sucedió tres días después. Por eso cuando tengo un problema, sonrío, y espero él tercer día…

Esta historia tan bella se conecta, como naturalmente, con un artículo de un periodista guatemalteco. Acosado por las dificultades y las penas, escribía: «Dicen que estoy amenazado de muerte. Tal vez sea. Pero estoy tranquilo. Porque si me matan no me quitarán la vida. Me la llevaré conmigo, colgada sobre el hombro como un morral de pastor…».

«Desde muy niño alguien sopló a mis oídos una verdad inconmovible, que es al mismo tiempo una invitación a la eternidad: «No teman a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden quitar la vida».

«La vida —la verdadera vida— se ha fortalecido en mi cuando a través del Padre Theilhard aprendí a leer el Evangelio: El proceso de la Resurrección empieza con la primera arruga que nos sale a la cara, con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos, con la primera cana que sorprendernos en nuestra cabeza, un día cualquiera. Con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se deslíe y se aleja, de pronto, frente a nuestros ojos… Así empieza la resurrección, no eso tan incierto que algunos llaman «la otra vida», sino lo que es en realidad la Vida».

«Dicen que estoy amenazado de muerte. ¿Quién no lo está? Más en todo esto hay un error conceptual. Ni yo, ni nadie, estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor…».

La liturgia pascual, con la luz, con el agua, el amanecer de un nuevo día y la figura inmensamente gozosa y gloriosa de Cristo Resucitado, nos lleva a descifrar el sentido de la vida y el sentido de la muerte corporal.

Para el cristiano la muerte es el paso a la Vida. El fracaso no es algo definitivo y fatal. La enfermedad es la cercanía de la Resurrección, y la pena, agua regia que purifica el metal de la dicha.

Si nos tomáramos siempre el trabajo de esperar los tres días, como aquella vendedora de flores, florecería la esperanza cristiana sobre tantas angustias que nos desconciertan.

Nuestra vida es el espacio diminuto de tres días, entre un Viernes Santo luctuoso y opaco y la mañana del primer día de la semana, de la Eternidad.

Conviene correr, como Simón y Juan, hasta el sepulcro. Porque las vendas dobladas aparte y el sepulcro vacío nos prueban que el Señor, el Amigo, el Maestro y también nuestro destino y nuestro fin están más allá de la sombra, más allá de la muerte.

* * *

Oración de los fieles

Levantemos nuestros ojos al Señor y pidámosle que tenga piedad de nuestro(a) hermano(a) N… a quien estamos recordando con afecto:

—Para que el Señor, Creador de Cielo y Tierra, reciba en su reino a nuestro(a) hermano(a). Roguemos al Señor:

—¡Que goce para siempre de tu reino!

—Para que nuestro hermano(a), quien mientras vivía en este mundo confío en la bondad y en la misericordia del Señor, goce ahora de los bienes que esperó. Roguemos al Señor:

—¡Que goce para siempre de tu reino!

—Para que quien vivió con nosotros en este mundo y nos ha precedido en las moradas eternas, goce ahora de la compañía de los santos. Roguemos al Señor.

—¡Que goce para siempre de tu reino!

—Para que el Señor vele por nuestra vida, mientras luchamos en este mundo y cuando nos llegue el momento de ir a Ti, lleguemos a tu presencia con alegría. Roguemos al Señor:

—¡Que goce para siempre de tu reino!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Escucha, Señor, nuestras oraciones
y concede a quienes te conocieron en la fe
y quisieron ser fieles a tu servicio,
gozar ahora eternamente
de la visión de tu gloria

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

La muerte es un enigma que a todos nos tortura
Un constante enemigo
que por todas partes nos acecha.
Es un misterio que nos oscurece la mente
y nos oprime el corazón.
Sin embargo,
para quienes creemos en Cristo,
la muerte es además un sacramento.

Es decir,
detrás de sus confusas apariencias
se asoma la vida perdurable,
que Dios regala a sus hijos fieles.

Lo mismo que en los siete sacramentos,
bajo unas formas materiales y visibles
se esconde la presencia gozosa de Jesús resucitado,
así mismo sucede con la muerte.

Morir es desmaterializarse
para permanecer del todo con el Señor.
Morir es cerrar los ojos a la luz parpadeante de este de este mundo,
para contemplar ya sin tiempo ni distancias,
a Jesucristo nuestro Salvador.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día octavo

La lámpara encendida

Del santo Evangelio según San Lucas, capítulo 12.

«Dijo Jesús: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámpara. Porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre».

En Roma, la plaza de San Pedro se llena de silencio. Se alejan los coches, rechinando sus ruedas sobre las piedras gastadas del pavimento. El enorme obelisco se diluye en la sombra. Los surtidores desgranan con serenidad y mansedumbre el rumor del agua.

Arriba, una ventana permanece iluminada. El Papa mantiene encendida la lámpara.

Cristo nos enseñó que los cristianos somos luz para el mundo. Mantengamos viva nuestra llama.

Un estudiante soporta burlas porque defiende sus convicciones cristianas. Una obrera se porta correctamente, no obstante el clima difícil de la fábrica. Una religiosa permanece fiel a sus compromisos a pesar de las dificultades y los años. Una pareja continúa enseñando la fe a sus hijos con amabilidad y constancia, en medio del ambiente hostil y pagano. Un gerente medita largas horas sobre cómo mejorar el nivel de vida de sus obreros. Un publicista sabe juntar la promoción eficaz de un producto con mensajes constructivos y hermosos. Una señora adinerada financia silenciosamente aquella obra social que iba a cerrarse. Un profesional gasta sus ratos libres en ayudar a los pobres. Una familia renuncia a un viaje al exterior: Otra familia podrá pagar la hipoteca de su casa.

Estos son cristianos que deciden mantener su lámpara encendida y con ella iluminan el camino a mucha gente. Los miramos de lejos y su fe nos llena de esperanza y nos motiva a mantener viva nuestra luz.

Va a venir el Señor. No sabemos si al principio de la noche, un poco más tarde o a la madrugada. Ojalá nos encuentre velando, construyendo un mundo mejor, llenos los ojos de luz, cansadas las manos de hacer misericordia.

Aguardémosle con ilusión, como se espera la visita de un amigo. Si nos encuentra volando, nos hará sentar a la mesa y su presencia iluminará todas las cosas.

Cicerón nos dice que la amistad es una sociedad de cosas humanas y divinas.

Si mantenemos la luz, el Señor asociará a nuestra vida todo lo que El es. Porque ha querido iluminar el mundo desde nuestro candil, tan frágil y humano ante las sombras y las tempestades.

* * *

Oración de los fieles

Oremos hermanos, a Cristo, Señor nuestro, esperanza de los que vivimos en este mundo y vida y resurrección de los que han muerto, y digámosle:

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas y no te acuerdes ya de los pecados de nuestro hermano(a) difunto(a):

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—Por el honor de tu nombre, Señor, perdónale sus culpas y haz que viva eternamente en tu presencia:

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—Que habite en tu casa por días sin término y goce de tu presencia contemplando tu rostro:

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—No rechaces a tu siervo(a) ni le olvides para siempre, sino dale a gozar de tu dicha en el país de la vida:

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—Sé Tú, Señor, el apoyo y salvación de cuantos a ti acudimos, sálvanos y bendícenos porque somos tu pueblo y tu heredad:

—¡Escucha, Señor, nuestra oración!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Escucha, Señor, la oración de tu pueblo
y cumple los deseos de nuestro corazón,
acogiendo en tu Reino y en el gozo
que tienes reservado para los justos, a nuestros
hermanos por quienes elevarnos esta plegaria.

Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

Los cristianos hemos aprendido a distinguir entre las formas de morir y el hecho de morir.

Aquellas son variadas. Desde la muerte plácida como el sueño de un niño, entre en cariño de quienes nos aman y los recursos médicos. Hasta los modos crueles e inhumanos que hoy abundan, de poner fin a la vida presente. Pero tales maneras de pasar a la vida futura, son transitorias.

En cambio, el hecho de morir es único y estable. Y además del todo positivo. Las filosofías orientales lo entienden como algo del que no conviene revestir de tragedia.

Los creyentes en Cristo asociamos este hecho con la muerte y resurrección del Señor y por lo tanto lo inundamos de paz. Lo iluminamos de eternidad.

Morir es ascender a un nivel superior de la existencia, donde cada persona podrá ser totalmente lo que ha querido ser en medio de las batallas de la tierra. Entonces será del todo bienvenido el hecho de morir.

(Al final)

V/. Concédele Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

— o o o —

Día noveno

¿Dónde lo han puesto?

Del santo Evangelio según San Juan, capítulo 20.

«María Magdalena fue al sepulcro al amanecer y vio la losa quitada. Corrió donde estaba Simón Pedro y le dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Muere la luz, los pájaros no regresan al nido, cae el árbol vencido por el tiempo, se deshacen las rocas, huyen los sueños, desaparecen los apellidos, se deslíen las fortunas, el barco se destroza contra el acantilado, se agota el manantial, se extingue la esperanza. ¿Y el hombre?

La muerte nos roba todo lo que hemos acumulado durante años. Nos arrebata la experiencia, desvanece el buen nombre, marchita el arte, amenaza toda alegría, separa los hermanos, dispersa los amigos. En cambio nos devuelve un cadáver, un poco de huesos, un puñado de polvo, un epitafio, nada…

Mientras tanto, vivimos bajo el signo de la angustia, porque «todavía no hemos entendido las Escrituras: Que El había de resucitar de entre los muertos».

Y, al igual que María Magdalena, no atinamos a saber dónde le han puesto.

En esta abigarrada feria del mundo, ¿dónde podremos encontrarlo?.

Pero el Señor quiere encontrarse con nosotros para sanar nuestra desesperanza.

A Magdalena que le buscó de nuevo en el sepulcro, se le aparece en figura de hortelano. A Pedro se le presenta como el amigo de siempre, sin tener en cuenta sus negaciones. Y esa tarde, los discípulos reunidos en el Cenáculo, pueden verlo y contemplar sus cicatrices.

«Venid a ver» nos dirán los ángeles que custodian la tumba, después que los guardas han huido. Antes estaba en el sepulcro, ahora le hallarnos glorioso en los Cielos y vivo en su Iglesia.

Hablaron de El los padres de la Iglesia, los teólogos medioevales, los pensadores, los novelistas. Hoy es vida en la fe, de una madre de familia. Esperanza sobre el corazón de un joven que regresa al Señor, después de dolorosa travesía. Lo descubrimos en la abnegación de una obrera y en la paciencia de un moribundo. Hoy también acompaña, aquí y allá a todas ls comunidades cristianas.

Cristo vive y transforma el universo. Viaja en la historia, adherido como la luz al calor, como la velocidad al movimiento.

Lo hallamos en la doctrina de los concilios, en el cómputo de nuestros almanaques, en el taller de los orfebres, en el amor de hogar y en los templos.

Nos deslumbra en el amanecer de la Pascua. Ilumina los sepulcros de nuestros seres queridos, y le da otro resplandor, otra figura, otro poder, otra proporción a nuestra propia muerte.

* * *

Oración de los fieles

Hermanos: apoyados confiadamente en la palabra del Señor que nos ha dicho: «Yo soy la resurrección y la vida: el que tiene fe en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que está vivo y tiene fe en mí no morirá nunca», roguemos por nuestro(a) hermano(a) N…

—Señor, Tú que lloraste junto a la tumba de Lázaro, dígnate enjugar nuestras lágrimas.

—¡Te rogamos, óyenos!

—Tú que Prometiste el paraíso al Buen ladrón, dígnate conducir al cielo a este hermano(a) nuestro(a):

—¡Te rogamos, óyenos!

—Tú que purificaste a nuestro hermano con el agua del bautismo y lo ungiste con los santos óleos, dígnate recibirlo ahora entre tus elegidos:

—¡Te rogamos, óyenos!

—Tú que lo alimentaste con tu cuerpo y tu sangre, dígnate admitirlo(a) en la mesa de tu reino.

—¡Te rogamos, óyenos!

—Y a nosotros que lloramos la ausencia de nuestro(a) hermano(a) dígnate fortalecernos con la le y la esperanza de la vida eterna.

—¡Te rogamos, óyenos!

—Padre nuestro…

* * *

Oremos:

Señor, ten misericordia con tu hijo(a) difunto(a).
La verdadera fe lo(a) hizo miembro
de tu pueblo aquí en la tierra:
Tu bondad lo(a) incorpore
a la asamblea de los santos en el cielo.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

* * *

Para reavivar la esperanza

Todo puede morir:

Los pájaros, las flores, la luz y la mañana.

Sucumben los árboles más recios y las estrellas se deslíen en la Vía Láctea.

Se termina el viaje,
se fatiga al final toda ambición,
cumple su itinerario la evolución de la materia.

Pero el amor, el amor verdadero nunca muere.

Al término de esta vida temporal, abandona sus galas fugaces y terrenas para revestirse de eternidad.

Somos una semilla de amor, empujada en todas direcciones por el viento.

Y una tarde, o alguna mañana,
esa semilla diminuta
regresa hasta las manos amables y todopoderosas del Padre de los Cielos.

(Al final)

V/. Concédele, Señor el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz perpetua,

V/. Nuestro(a) hermano(a) y todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz.
R/. Amén.

(Se puede terminar con otro canto).

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